13 Mentiras de la ciencia que te van a sorprender

Quo.es publicó una lista con 40 mentiras de ciencia. La Primera Plana eligió 13 más sorprendentes:

1. El cien pies está comprobado que nunca ha aparecido un ejemplar que tenga ese número exacto. De hecho, la cantidad de patas varía entre 15 y 191 pares.

2. Las avestruces no entierran su cabeza ante el peligro. Fue el historiador romano Plinio, el primer viajero que vio a estos animales, quien creó este mito. Pero en realidad, lo que hacen no es ocultarse de los intrusos, sino cavar con sus picos los hoyos que servirán de nidos para sus huevos.

3. Graham Bell no inventó el teléfono. Fue el italiano Antonio Meucci quien, en 1870, instaló un dispositivo de telecomunicaciones entre el sótano y el dormitorio de su casa de Nueva York. Presentó una solicitud de patente, pero la perdió al no poder pagarla. Finalmente, Bell perfeccionó el invento y lo patentó. Pese a eso, el Congreso de EEUU aprobó en 2002 una resolución que reconocía a Meucci como “padre” del teléfono.

4. Un día real dura más de 24 horas. La ciencia ha acuñado como medida de tiempo una unidad artificial llamada “día solar medio”, cuya duración, efectivamente, es siempre de 24 horas. Pero la duración de lo que los astrónomos llaman un “día solar verdadero” varía a lo largo del año, y puede llegar a alcanzar las 24 h y 4 minutos.

5. Los tulipanes holandeses realmente son turcos. La flor nacional del país de los diques es originaria del territorio otomano. Fue introducida en Occidente en 1544 por un viajero austríaco llamado Ogier Gislain. Pero fue un jardinero vienés, Carolus Clusius, quien llevó en 1593 los primeros bulbos de esta planta a Holanda, cuando fue requerido para cuidar las plantas del palacio real.

6. Las películas no están hechas de celuloide. Los filmes se fabrican con acetato de celulosa. Este ingrediente no forma parte del celuloide, material plástico compuesto por nitrato de celulosa y alcanfor.

7. El auténtico puente de Londres está en Arizona. En 1968, el London Bridge estaba muy deteriorado. Pero, dado el coste de la restauración, las autoridades de Londres prefirieron venderlo al millonario americano Robert McCulloch por veinticinco millones de dólares. El magnate lo trasladó piedra a piedra a Lake Havosu, en Arizona.

8. Los toros no se excitan al ver el color rojo. De hecho, ni siquiera pueden distinguirlo, ya que estos animales son daltónicos y solo son capaces de diferenciar el blanco, el negro y algunos tonos de grises. Por eso, daría igual de qué color fuera el capote del diestro, porque lo que realmente enfurece al animal son los movimientos que el torero realiza con dicha capa.

8. Bugs Bunny en realidad es una liebre. Aunque se lo conoce como “el conejo de la suerte”, este personaje de dibujos de la Warner pertenece al género Lepus, cuya principal diferencia con los conejos es que tienen orejas y ojos más desarrollados. Su creador, Tex Avery, lo tenía muy claro, ya que la primera aventura de Bugs se titulaba La liebre salvaje. Pero empezó a decir que era un conejo para esquivar una demanda de otro dibujante, David Hare, quien le acusaba de haber plagiado al personaje de su corto La tortuga y la liebre.

10. El béisbol no se inventó en Estados Unidos. Por asombroso que parezca, la cuna de este deporte es Cuba. Las crónicas de los primeros marinos españoles que llegaron a la isla en 1492 relatan que vieron a los nativos practicar un juego llamado batos, que consistía en golpear una bola de resina con un leño de madera, aocmpañado de una danza llamada areito.

11. El whisky procede de china. Aunque les duela a los escoceses, es una bebida de origen oriental, traída a Europa por un monje irlandés llamado John Corr.

12. La falda escocesa realmente es irlandesa. Los habitantes naturales de Escocia eran los pictos, esos guerreros que pintaban su cuerpo de azul. Pero, según el historiador Hillaire Belloc, el kilt, la tradicional falda a cuadros, la introdujeron los escotos, otro pueblo emigrado desde Irlanda.

13. El cerebro no es gris. Al menos mientras estamos vivos. Dicho órgano está formado por materia blanca (una proteína grasa llamada mielina) y tejido gris (que contiene las neuronas); pero esos nombres son metáforas que no describen el auténtico color del cerebro, que es rosáceo por la profusión de vasos sanguíneos. La falta de riego hace que se vuelva gris oscuro al morir.