Para sorpresa de muchos, el origen de la tradicional Rosca de Reyes no tiene nada que ver con los Reyes Magos (o sea que, en teoría, ¿debería ser solo ‘rosca’?). Las primeras roscas se hacían en el Imperio Romano en las fiestas del dios Saturno, para celebrar que después del solsticio de invierno, los días se hacen más largos.
En el siglo III, se empezó a introducir un haba dentro de la rosca; quien la encontraba, era nombrado “rey de reyes” por un periodo determinado de tiempo. En lo que hoy es España, se acostumbraba que quien encontraba el haba, debía pagar por la fiesta (bonita tradición que habría que retomar).
Los conquistadores españoles trajeron a México la tradición, pero le dieron un significado cristiano a esta tradición. Por eso en nuestro país, la Rosca de Reyes tiene muchos significados:
Su forma representa una corona de adviento – aunque otros dicen que es una corona de reyes y las frutas son las joyas. Se esconden niños de plástico que recuerdan cuando José y María escondieron al Niño Jesús de Herodes; está escondido porque los Reyes Magos no lo encontraban, porque la estrella de Belén aparecía y desaparecía.
La tradición dice que quien encuentre al niño en la rosca, debe cuidarlo hasta el 2 de febrero, día en que el Niño Jesús fue presentado en el templo. Y además, debe invitar los tamales.
Me pregunto cuántos de las 300 mil personas que comieron de la megarrosca del Zócalo sacaron muñequito; y cuántos de ellos de verdad van a invitar tamales.