Durante las últimas dos décadas el rol de una mujer ha cambiado, el día a día de las nuevas generaciones de mujeres es diferente al de antes.
Levantarse de madrugada, preparar el desayuno, los uniformes de los niños y, al mismo tiempo, ordenar los documentos para entregar un reporte al jefe en el trabajo o preparar el ensayo para entregar en la maestría.
La permanencia del modelo del hombre como proveedor de los medios de subsistencia y representando a la familia en el espacio público y la figura del modelo de la mujer como responsable solo de las actividades domésticas y los cuidados y la educación de los hijos al interior del hogar se ha ido transformando poco a poco.
Pero aún existen innumerables dificultades que las mujeres deben enfrentar para conciliar las obligaciones laborales con las responsabilidades familiares, lo que genera un peligroso círculo vicioso de discriminación y de exclusión que la legislación no ha logrado revertir.
Aunque hemos avanzado en los marcos jurídicos nacionales y en los instrumentos internacionales que tutelan derechos básicos relacionados con el trabajo, la educación, la vida sin violencia, la participación política y económica de las mujeres para alcanzar una igualdad normativa, uno de los grandes retos del siglo XXI es concretar una verdadera igualdad sustantiva que sea real y palpable.
Viéndolo desde todas las ópticas, la igualdad de la mujer va más allá de la necesidad del respeto de sus derechos humanos como tal, también implica el empoderamiento y la inversión en educación de la mujer, ya que ello tiene efectos multiplicadores por su repercusión directa en las generaciones futuras, en la economía y desarrollo de un país.
La mujer tiene la capacidad de educar, cuidar y distribuir los ingresos de una forma particular: una mujer que se integra al mercado laboral, que se prepara y que estudia, impacta favorable y positivamente a las mujeres en su entorno.
El grado educativo de una mujer incide directamente en el grado académico de los hijos y en una menor propensión a padecimientos y enfermedades de su familia, ya que ello propicia acudir a servicios médicos preventivos y buscan vivir en condiciones saludables.
La creciente independencia e incorporación de la mujer al mercado laboral, provoca inevitablemente una sobrecarga en ella, y aunque el propio hombre se incorpore cada vez más a tareas domésticas y de cuidado de los hijos, para tratar de asumir un rol diferente en aras de lograr mayor complementariedad.
No se ha logrado cambiar de todo los valores con los que crecieron ambos y que definían al varón como la única persona que tomaba las decisiones en la familia, traduciéndose esto en conflictos dentro de la relación “asignación-aceptación del rol”, lo que afecta necesariamente los procesos de interrelación familiar.
Esta situación se convierte en un espiral, dado que las madres educan a sus hijos, en la mayoría de los casos, con patrones sexistas, mientras que exigen que el padre participe cada vez más en las tareas del hogar, lo que provoca que no queden claros los roles y valores en la familia; dado esto, estamos obligados a educar bajo la premisa de la igualdad, construyendo así un nuevo equilibrio en los roles de género de hombres y mujeres.
En lo colectivo, va aumentando el consenso social sobre la aceptación del derecho de las mujeres a la igualdad; se reconoce la necesidad de que los hombres participen, de manera corresponsable, por una cuestión de justicia social, de forma tal, que el cambio producido debe ir liberando los privilegios que a los hombres les pueda aportar un sistema patriarcal con cargas de masculinidad hegemónica o tradicional y es necesario que ellos se comprometan de forma activa, caminando junto con las mujeres hacia una verdadera igualdad sustantiva.
Se debe construir un nuevo modelo social más democrático, justo e igualitario, y para ello es fundamental que sean cada vez más hombres dispuestos a dejar atrás dichas cargas de masculinidad mal entendida y dispuestos a comprometerse, junto con las mujeres, de forma activa en la consecución de un mundo mejor para todas las personas.
Es ineludible que se formulen y estructuren los medios pertinentes para desarrollar las mismas capacidades, oportunidades y seguridad reduciendo su vulnerabilidad a la violencia y al conflicto, esto con el fin de que tanto los hombres como las mujeres tengan la libertad y la capacidad de elegir y decidir de manera estratégica y positiva sobre sus condiciones de vida.
Para poder llevar a cabo una buena política de desarrollo social y humano, no deben verse las diferencias de sexo entre los seres humanos como obstáculos, sino más bien se deben reconocer tales diferencias y, mejor aún, potencializarlas.
Partiendo de ellas para diseñar estrategias encaminadas a ofrecer igualdad de oportunidades a todos los hombres y mujeres, estableciendo condiciones equitativas y buscando la transformación de las personas en seres más libres e íntegros, alcanzando de esta forma un horizonte que reconozca el derecho a la igualdad en la diversidad.
Por Rosa María Oviedo Flores