Hace treinta años, el arquitecto japonés Arat Isozaki, diseño una casa y un estudio de arte en un angosto callejón a mucho menos de 500 metros del Oceano Pacifico, en la playa Venice, California.
La esbelta estructura fue hecha para un amigo del arquitecto llamado Jerry Sohn, un coleccionista de arte de Los Angeles. Fue más tarde que se vendió al músico Eric Clapton.
El cliente y el arquitecto permanecieron amigos, intercambiando correspondencia por dos décadas y visitándose en Japón y California respectivamente.
Los años pasaron y Sohn llegó a adquirir una propiedad en el desierto a dos horas y media de Los Angeles.
Rodeado por la belleza de un anciano, y ahora seco, piso de mar, formaciones rocallosas bastante dramáticas, tierra rojiza y árboles de Joshua; la propiedad se sienta a 1,500 metros sobre el nivel del mar en el alto Desierto de Mojave a 15 kilómetros del Parque Nacional de árboles Joshua.
La sola sensación de “ser” en la propiedad da la impresión de lejanía, aislamiento, salvajismo y sublimación. Vivir en este sitio bajo bases regulares promueve una especie de profundo hermetismo.
En el proceso de crear un estado que no es ni primitivo o extremo en un falso intento de buscar el paraíso, Isozaki ha encontrado el balance perfecto entre cultura y naturaleza.
Su diseño propuso de los más ceñidos bailes entre la disolución de la cultura en naturaleza y su reclutamiento en la naturaleza misma como parte de nuestro cosmos arquitectónico.
La colección de estos tres “cuartos” es sin duda una de los actos más poderosos de la arquitectura, un testamento al profundo sentido de auto control de Isozaki como arquitecto, así como su desafiante ambición de imaginar el cielo y horizonte como de su dominio.
Fuente: Domus