Recuerdo que cuando estudiaba en escuela de monjas, las religiosas nos dieron un tip que, en su momento, me pareció el más maravilloso de los consejos. Nos dijeron que cuando un hombre nos pidiera la prueba de amor, dijéramos que sí, siempre y cuando él nos firmara varias hojas en blanco.
Hoy, 25 años después, me dan muchas ganas de aplicar ese bonito consejo. ¿Te imaginas? “¿Me quieres llevar a la cama?, muy bien, fírmame estas hojas por favor”.
La “prueba de amor” no era más que el pretexto de algún calenturiento para obtener los favores sexuales de alguna chica en edad de merecer. Hoy la única prueba de amor es que usen condón.
Definitivamente la vida ha cambiado, aunque aún quedan vestigios de la época en que hablar de sexo era pecado capital.
Aceptémoslo, no nos hemos liberado del todo; al menos muchas mujeres de mi generación seguimos teniendo la conciencia bipolar. Si queremos acostarnos con alguien en la primera cita, nos remuerde la conciencia porque pensamos que estamos siendo unas zorras; si decidimos esperar a que todo fluya más, nos regañamos a nosotras mismas porque estamos siendo fresas y además estamos conteniendo sus deseos.
A pesar de que estamos en el siglo XXI, seguimos haciéndonos la pregunta que hace 25 años nos hacíamos: ¿Qué pensará él de mí si yo…?
¿Qué hacemos entonces? Acudimos a las amigas, que en el fondo tienen la misma confusión y entonces nos ayudan a ampliar la duda.
He llegado a la conclusión que los hombres mexicanos y los extranjeros son diferentes y se cuecen en diferente caldo de frijol. Los primeros tienen ideas más conservadoras, acostarse con una mujer en la primera cita no es natural o normal, es un logro que merece una medalla en los juegos olímpicos; mientras que los extranjeros viven más normal el proceso: me gustas, te gusto ¿qué esperamos? Y no se van pensando que eres una fácil.
Además, los hombres y las mujeres seguimos viendo el sexo de distinta forma. No se trata de generalizar, pero los hombres pueden hacer “el acto” (como lo llama mi tía Gertrudis) sin saber cómo se llama su acompañante. Las mujeres, como bien decía un amigo, esperamos que después de una película pornográfica los protagonistas se casen y vivan felices para siempre.
Aunque quisiéramos ser tan abiertas como las chavas de “Sex and the city”, todavía cuesta trabajo.
Pero ¿sabes qué? ¡Ya tienes 40 años, los estás rondando o ya los pasaste, ya no tienes que pedirle permiso a nadie para tener sexo!, bueno sí, tal vez a tu esposo.
Debes quitarte las cadenas mentales. No es normal que después de tanto tiempo sigas pensando en que si prácticas determinada posición va a creer que aprendiste eso en algún tugurio.
E X P E R I M E N T A recuerda que el orgasmo es de quien lo trabaja, tienes que aprender a decir que no, cuándo, si te gusta o no.
Claro, aunque a veces dan ganas de decirle: “¿Qué haces inútil?”, no es lindo que lo hagas, Debes encontrar las maneras para expresarte, para exigir/pedir lo que quieres y lo que mereces.
En otras palabras, el sexo es lo que quieres que sea en tu vida. Ya estás grandecita para decidir si quieres que sea el infierno, el cielo o el purgatorio.
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