Adiós, Felipe Calderón; hola, Enrique Peña Nieto

Los procesos electorales democráticos en México son hasta cierto punto recientes. La primera elección presidencial competida en nuestro país fue en 1988. Digamos que allí se dieron cuenta unos (el PRI) que podían perder, mientras que otros (el PAN y las izquierdas) que podían ganar.

Desde ese entonces, y considerando que en 1976 la elección presidencial sólo tuvo un participante en las boletas con José López Portillo, vinieron cambios sustanciales en las leyes electorales. Estos cambios han abierto posibilidades que antes eran inimaginables, como espacios de representación para minorías (de allí los plurinominales) o más reciente los topes de campaña o la transmisión de spots sólo y exclusivamente a través del Instituto Federal Electoral.

No todas las medidas han ayudado para elevar la participación ciudadana, pero todas en su conjunto representan un esfuerzo para darle mayor certeza a la gente de que sus procesos son claros, democráticos, legales así como legítimos.

En ese mismo marco hemos visto la aparición de instituciones hasta cierto punto nuevas, o que antes su papel era menos protagónico. Por ejemplo, el Tribunal Federal Electoral (TRIFE), órgano encargado de recibir y, en su caso, darle cause a las inconformidades que dentro del mismo marco legal los diferentes partidos políticos presenten.

Desde hace algunos años, varias elecciones han tenido que llegar a instancias del TRIFE. Cabe recordar que las elecciones ya no terminan con el cierre de las casillas, sino hasta que toma posesión del cargo público el que era candidato o candidata. En el tiempo que hay entre la jornada electoral y la toma de protesta pueden pasar muchas cosas.

Lo cierto es que ahora parece que no basta con obtener al menos un voto más que el contrincante más cercano para ganar una elección. Pero también es cierto que la voluntad popular de la mayoría debe respetarse, pues es el marco legal que todos aceptaron.

En el caso del fallo que acaba de dar a conocer el TRIFE desechando todas las acusaciones de las izquierdas, y acreditando a Enrique Peña Nieto como presidente electo de México, debemos verlo desde al menos tres puntos de vista.

El primero, el de las izquierdas y sus seguidores, que como era de esperarse se manifestaron en contra de la decisión con acciones de todo tipo, incluyendo por desgracia algunas violentas. Pero en todo este tiempo no han realizado un ejercicio de autocrítica para saber por qué en algunos lugares obtuvieron el triunfo y en otros no corrieron con esa fortuna. Porque el planteamiento centrado en que el de enfrente compró la elección, no ayuda a analizar los problemas internos.

El segundo, el del PRI y sus seguidores, que si bien ya tienen a su favor el aspecto legal, ahora deben trabajar a marchas forzadas por conseguir la legitimidad que da el buen ejercicio del poder, con trabajo y resultados. Donde el nuevo PRI debe consolidar lo que es y sobre todo lo que quiere ser.

Y por último el de todos quienes vivimos y habitamos en el país, pues a final de cuentas hubo muchos que no votaron por Peña Nieto ni por López Obrador, hay quienes concuerdan con el proyecto de quien ganó y otros que tienen ideas diferentes, pero lo cierto es que todos deseamos que el país en su conjunto y con todo el potencial que tiene, pueda salir adelante, posicionarse como una opción de desarrollo y modernidad, con proyección, inversión, educación, presente y futuro.

Se deja atrás un ciclo y entramos a una nueva etapa que siempre conlleva elementos esperanzadores. Ya quedó escrita la historia del proceso electoral 2012 en México y está por concluir la era de la administración del Presidente Felipe Calderón y comenzará la del Presidente Enrique Peña Nieto.

* Rafael Vargas es consultor político y escritor
rafaelvargaspasaye@gmail.com
Twitter: @rvargaspasaye