América Latina reduce la desigualdad

Siete de cada diez personas viven en países en los que la desigualdad económica es peor hoy que hace 30 años y las 85 personas más ricas del mundo poseen tanta riqueza como la que comparte la mitad más pobre de la población mundial.

Una desigualdad tan elevada (y creciente) dificulta la lucha contra la pobreza e impone trabas al crecimiento económico, por lo que combatirla aparece como un bien público global. Incluso organismos internacionales como el FMI o el G-20, contemplan programas de largo alcance.

El economista francés Thomas Piketty, en su aclamado libro El capital en el siglo XXI, va incluso más allá e indica que el aumento de la desigualdad en los países ricos pone en riesgo los propios cimientos del sistema democrático al sustituir el principio de un hombre, un voto, por el de un dólar, un voto.

Aun así, en este escenario general tan desolador brilla con luz propia América Latina, que es la única región del mundo que cuenta con un buen número de países en los que la desigualdad se ha reducido en los últimos años.

Algunos afirmarán que esto tiene poco mérito, ya que América Latina ha sido siempre la región más desigual del mundo, especialmente países como Brasil, Chile y Colombia.

Y que, de hecho, a pesar de sus recientes avances, aún está lejos de exhibir los niveles de desigualdad y cohesión social de la Europa continental (así, en América Latina, el 10 por ciento más rico de la población concentra el 32 por ciento de la renta, mientras que el 40 por ciento más pobre solo concentra el 15 por ciento).

Sin embargo, es cuando menos sorprendente que, durante el periodo de mayor aumento de la desigualdad en países tan diversos como Estados Unidos, China, Rusia y el Reino Unido, las grandes economías latinoamericanas hayan ido en la dirección contraria.

¿Cuáles han sido las claves de este éxito?

América Latina ha estado sometida desde los años ochenta del siglo pasado a las mismas fuerzas que han hecho aumentar la desigualdad en todo el mundo, que son fundamentalmente dos: el rápido cambio tecnológico y la globalización económica. Ambas generan ganadores y perdedores, lo que permitió el enriquecimiento de quienes supieron y pudieron sacarle provecho, y perjudicó a quienes se mostraron incapaces de adaptarse.

Sin embargo, casi todos los países de América Latina han sido capaces de contrarrestar estas fuerzas, a veces gracias a buenas políticas económicas internas, y otras a beneficiarse de shocks externos positivos.

Más allá del factor “suerte”, que proviene de que una China en fuerte crecimiento implica por definición altos crecimientos para la mayor parte de los países de América Latina, al ser sus economías más complementarias que sustitutivas, hay que destacar que las políticas de la mayoría de los gobiernos han tenido la redistribución y la creación de nuevas clases medias como un objetivo claro, algo diferente de lo que ocurrió en el pasado, cuando la región crecía pero no redistribuía.

Asimismo, hay que subrayar que, si las economías de América Latina no hubieran tenido una inserción tan intensa en la globalización, no habrían podido crecer tanto, por lo que sus posibilidades de redistribuir esas ganancias también habrían sido menores.

Si miramos hacia el futuro, el panorama no es negativo, pero es posible que lleve a una reducción de esa caída de la desigualdad. Por una parte, los factores externos podrían volverse más adversos: China crece cada vez menos y las políticas de la Reserve Federal ya se están volviendo más contractivas.

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