Tono edificado por bandas independientes semiaprovadas por los medios, una lista de Dj´s de trance y dubstep y hasta un millón de oportunistas esperando usar el nombre bien colocado del festival.
Partiendo de la ambivalencia de algunos artistas: Julian Casablancas, de los Strokes, murmurando hastiado; hasta las bromas imperiosas con los finales tentativos de Erykah Badu (se suponían actitudes de más peso). Finalmente Coachella se convirtió en un escenario capaz de iniciar e impulsar carreras musicales, más con la transmisión en vivo de este año alrededor del mundo por YouTube.
El cierre de festival estuvo a cargo de Kanye West el domingo por la noche, en donde más tarde declaró que esta había sido la presentación más importante desde de que su madre había fallecido en 2007.
Los audiovisuales de este año lograron la verdadera diferencia. Proyectándose de un modo más conceptual, gracias a Creator Project, asociación entre la compañía Intel y la revista Vice, cuyo trabajo se desplegaba por todas las tiendas y escenarios. Además de las gigantescas bolas blancas que salían del escenario donde se presentaba The Arcade Fire, el sábado por la noche. Cada una de éstas contenía una luz LED cuyo flash alternaba de color según el ritmo de la música.
El festival también dio lugar a la colaboración de J. Spaceman, de la agrupación Spiritualized, con el director Jonathan Glazer, que resultó ser una pieza de tres días. Una larga y oscura tienda puntiaguda con cinco ejes rectangulares de luz, donde podías escuchar la canción “Ladies and Gentleman, We Are Floatin Space”, en un loop de sonido redondo mientras la recorrías.
En su set de reuniones, la edición de este año incluía, de los 80: The London group Big Audio Dynamite, dirigido por Mick Jones (The Clash) y Caifanes, de la Ciudad de México. De los 90, el grupo de pop británico London Suede, y el domingo Death From Above 1879, agrupación que se separó apenas hace cinco años.
Fuente: The New York Times
