“Cachito de cielo” —telenovela producida por Roberto Gómez Fernández y la cual llegará a su fin el próximo viernes— era una historia original en donde un futbolista, “Cachito” (Manelick de la Parra), moría repentinamente durante un partido ante los ojos de su prometida, encarnada por Maite Perroni.
Al llegar al cielo, las personas que se encargan de controlar quien muere o no, le informan que su muerte fue un error y para compensarlo le ofrecen la oportunidad de regresar a la vida en el cuerpo de un sacerdote, “Salvador”, interpretado por el cantante Pedro Fernández, quien luchaba por reconquistar a su amada a pesar de que se trataba de un amor prohibido.
Hasta este punto, el melodrama tenía un tono de comedia y pretendía continuar con la línea de su antecesora, “Amorcito corazón”, pero el público, sencillamente no logró identificarse con la trama y los escritores tuvieron que realizar cambios drásticos.
Los realizadores intentaron salvar la trama eliminando el tono de comedia para darle más peso al drama y le quitaron esa carga religiosa al transformar al personaje principal en un hombre común ,para no herir susceptibilidades, y mostrar situaciones más reales. Fue una hábil maniobra, pero el tiempo no les favoreció.
Es una lástima que esta producción no haya tenido el éxito que se esperaba. Gómez Fernández había realizado una excelente versión de la telenovela colombiana “El Último matrimonio feliz”, la cual se tituló “Para volver a amar” y fue, me atrevo a decir, el mejor melodrama de 2010 en México, así que tenía todo para triunfar.
“Cachito de cielo” tenía a excelentes actores como César Bono, Otto Sirgo, Eduardo España y ni que decir de Juan Carlos Barreto, quien estuvo totalmente desperdiciado y opacado si lo comparamos con su trabajo en “XY”.
Actrices como Azela Robinson y Cynthia Klitbo, quienes son consideradas de las mejores villanas del melodrama mexicano, no sobresalieron en lo absoluto. Ni que decir de la pareja protagonista (Perroni – Fernández), pues ambos gozan de una popularidad tremenda.
He aquí el dilema: arriesgarse por historias nuevas e innovadoras o seguir reciclando para asegurar el éxito. Los televidentes son los que tienen la última palabra… y las televisoras, claro.