Chicos malos, chicos malos…

Cuando era más joven y mi tía Gertrudis me decía que le debía hacer caso a algún pretenso porque era: “un buen chico” y que “venía de muy buena familia” inmediatamente lo condenaba, ya que yo le ponía la etiqueta de “teto” y lo borraba de mi lista de potenciales candidatos.  ¿Quién iba que la tía Gertrudis tenía razón y que son precisamente de las características las más valoradas cuándo se trata de sentar cabeza?

Pero volviendo al tema, la verdad es que no me gustaba la idea de tener a un “teto a mi lado”, a mí me atraían los chicos malos, pero ojo, no me refiero a los delincuentes ni golpeadores, sino a los del tipo Terry Grandchester de la caricatura Candy-Candy. ¿Te acuerdas? misterioso, independiente, que no anda por la vida pidiendo amor, que parece que te hace un favor cuando te voltea a ver pero que puede ser el más tierno y caballeroso, ajá, ese que te roba un beso y no te pide disculpas.

Es que los hombres que huelen a peligro (peligro, no sudor) tienen ese no sé qué que qué sé yo. Es un sentimiento universal y que va de generación en generación. Déjame te cuento una anécdota que le pasó a mi mamá. En el estado de Guerrero, de donde es ella, comenzó a surgir la guerrilla como un movimiento político y social. Un día comenzó a correr la versión de que el guerrillero más perseguido y polémico de ese momento había bajado de la sierra, seguramente para abastecerse de provisiones, y se dirigía al pueblo donde se llevaba a cabo una fiesta.

Los nervios se apoderaron de los invitados y se pusieron a esconder a las ′doncellas′ porque los guerrilleros tenían fama de que se llevaban a las muchachas más bonitas con ellos. Los famliares de mi mamá la llevaron al fondo del salón. Efectivamente, al poco rato apareció el rebelde en la reunión. Sólo le bastó una mirada para ubicar a mi mamá, una joven morena y alta con aire cosmopolita de quien ha vivido muchos años en la Ciudad.

Inmediatamente se dirigió a ella y la sacó a bailar.  Déjame hago un breviario cultural, un día fui a una bonita fiesta de los parientes de mi mamá y uno de ellos se me acercó y me dijo: “eres igualita a tu mamá… aunque ella estaba muy guapa de joven”, ajem, ajem, ahora me pregunto que se habrá hecho ese familiar al que nunca volví a ver en mi vida.

Pero eso te lo cuento porque entiendo porque el guerrillero vio a mi mamá entre todos los invitados. Mi ma aceptó bailar con él -me dice que tenía ′esa personalidad′ de chico malo tan atractiva- y la pista quedo vacía. Por supuesto aunque todo el pueblo se fue a ′armar′ y prepararse para un eventual secuestro, mi mamá estaba de lo más emocionada, de lo único que se arrepentía era de no haber llevado un collar de perlas o por lo menos de cuentas, para que si la secuestraban ella pudiera dejar las bolitas como pistas por todo el camino.

Total, que al final terminó la canción y el guerrillero le dijo a mi mamá: “muchas gracias señorita por haberme concedido esta pieza” (hasta educado salió) y se fue tal como llegó.

Sí, los chicos malos tienen lo suyo porque invitan al pecado y a los malos pensamientos (no tía Gertrudis, ellos no son buenos chicos… afortunadamente).