Civilidad política, eficaz contra el abstencionismo

“La confianza en las instituciones del Estado se ha empezado a deteriorar” – Juan Silva, presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

En este momento se encuentran en curso tres procesos electorales locales para renovar las gubernaturas de los estados de México, Coahuila y Nayarit. A juzgar por nuestra historia reciente, es previsible que dichos procesos se vean manchados por prácticas que en nada abonan al fortalecimiento democrático.

Apenas a principios de 2011, en el estado de Guerrero fuimos testigos de comicios para elegir gobernador caracterizados por sendas campañas sucias, en las que las acusaciones, gritos y sombrerazos entre los candidatos, primos y compadres, Ángel Aguirre y Manuel Añorve, se volvieron el pan de todos los días. Al final, en Guerrero no ganó la democracia, ganó el abstencionismo con menos del 50% de participación ciudadana.

Desde de la reforma electoral de 2007, las campañas sucias están prohibidas en virtud del lodazal que se convirtió la contienda presidencial del año anterior en donde destacaron sendos discursos como “López Obrador, un peligro para México” o el célebre “Cállate, chachalaca”. Acusaciones fáciles, expedientes negros que salieron a la luz, descalificaciones, difamaciones, insultos… recursos todos con una mima finalidad: disminuir, a la mala, al contrincante.

Con esos antecedentes, hoy sigue siendo vigente el exhorto a los partidos a la civilidad política. No resulta inoportuno recordar que el divorcio entre la ética y la política produce profundo daño a la vida democrática. Con civilidad política es posible, por ejemplo, abatir el abstencionismo, el verdadero enemigo de las democracias constituídas o en transición como la nuestra.

Con civilidad política, el respeto, la tolerancia, las ideas, las propuestas y las soluciones deben ser la característica, con lo cual se elevaría la competitividad partidista y se fortalecería la legalidad de las elecciones. Con civilidad política, sobran los ajustamientos selectivos y electoreros; sobra el uso faccioso de las instituciones del Estado; sobra que se eche mano del Ejército con fines políticos.

Con civilidad política, sobran los discursos denigrantes, entre otros reprobables comportamientos, que lo único que lastiman es la ya de por sí desprestigiada política nacional. Hagamos votos porque en los procesos electorales en curso se privilegien las campañas de altura y, además, se incremente la participación de los electores.