Sólo 6 años después de la anterior, unos adolescentes dieron de nuevo una felicidad a la que los mayores ni siquiera se han podido acercar: ganar la Copa del Mundo.
El momento, el clima, la gente, todo era ideal: la selección Sub-17 se enfrentaba en la final a Uruguay en el Estadio Azteca, un recinto atiborrado de playeras nacionales y un palco de honor: el presidente de México, el presidente de la FIFA, los máximos directivos del futbol mexicano, y seguramente un sinfín de personalidades.
El Himno Nacional cimbró a los jugadores uruguayos, les demostró que si querían ganar deberían superar a 11 jugadores y a 100 mil gargantas: una barricada esperaba su embate.
El partido empezó fuerte, aguerrido. Los uruguayos, al igual que los alemanes, venderían muy cara su derrota. Los primeros minutos fueron dominados por la desesperación de ambos equipos por ponerse al frente en el marcador. Ambos fallaban en los pases, pero conforme fueron pasando los minutos todo se tranquilizó. México y Uruguay jugaron a lo que mejor sabían hacer: los locales a manejar el balón, los uruguayos a replegarse y liquidar con un contraataque.
Fue en el minuto 31 cuando empezó la fiesta mexicana. Escamilla desde fuera del área metió un centro cruzado hacia el segundo poste, que Fierro recentró para que el capitán, Briseño, tocara con el pie el balón que se incrustaría en el fondo de la red. El Estadio Azteca se cayó en gritos. Era el escenario ideal.
Para sorpresa de muchos, Uruguay no se desmoronó. Al contrario, siguieron fieles a su estilo de juego. Con esta ventaja se fueron al descanso.
En el segundo tiempo, conforme fue avanzando, los uruguayos comenzaron a arriesgar un poco más. Así, 2 veces los postes salvaron a la selección mexicana de ser empatada. El nerviosismo estaba a la orden, pero entonces llegó el factor que revolucionó tanto a la afición como a los jugadores, entró el nuevo héroe mexicano: Julio Gómez. Fue en el momento que se acercó al árbitro para pedir el cambio que en el estadio se coreó con potencia “¡Olé, olé, olé, olé, Gómez, Gómez!”, el Cielito Lindo era magnificente. Los “charrúas” en verdad intentaron todo, pero el minuto 92 sería el momento sublime: González en un contragolpe se llevó el balón prácticamente la mitad de la cancha y lo entregó a Casillas, que llegaba del otro lado solo para así anotar el gol que supera cualquier descripción. Así selló el segundo campeonato sub-17. Con un México jugando al más grande nivel, sin complejos, sin mediocridades, sólo con un sueño: jugar futbol.
Fuente: La Primera Plana