De noche, día, entre semana o fin de semana… ¿Hay horario para el sexo?

¿Por qué suele asociarse la noche con el sexo? Según un estudio pionero al respecto, nuestros horarios sociales serían el primer factor a tener en cuenta.

En 1982, el biólogo John Palmer y sus colegas analizaron la vida sexual de 78 parejas de adultos durante un año. Encontraron “un constante ritmo copulatorio durante los días de entre semana, con un enorme incremento durante los fines de semana.”

No sólo eso, sino que el sexo también aparece subordinado a las tareas de los ritmos diarios, hallando que el 58% de los encuentros sexuales comenzaban al caer la tarde, y un pico menor de frecuencia durante la mañana.

Roberto Refinetti, biólogo de la Universidad de Carolina del Sur, tomó los resultados del experimento de Palmer y trató de reproducirlos en un rango etario mayor, además de buscar otras explicaciones contextuales para los patrones de eventos sexuales.

Encontró los picos antes del anochecer y a primera hora de la mañana, alrededor de las 6 am, al igual que Palmer, “dentro de los rangos de hora de dormir y hora de levantarse observados en muchas sociedades alrededor del mundo.”

¿Entonces es un sencillo asunto de oportunidad? ¿De decir “bueno, ya que estamos en la cama, aprovechemos”?

El mismo contexto social que nos aleja del control de las hormonas también dicta nuevas pautas. En la selva, un simio que tuviera el hábito de aparearse a la misma hora que los depredadores salen a cazar se pondría en una situación vulnerable. Los seres humanos también deben buscar lugares y momentos adecuados, razón por la que como sociedad se considera ilegal, por ejemplo, tener sexo a plena luz del día en lugares públicos.

Se trata por lo menos de dos factores: que exista un motivador para elegir asumir un comportamiento sexual (el estudio sólo se fija en los casos de relaciones sexuales con alguien más, no habla de la masturbación, por ejemplo), y que el contexto social lo permita; la negociación entre estos factores es una actividad sumamente humana: nuestra habilidad de posponer, planear y racionalizar algo tan aparentemente impulsivo y espontáneo como es el sexo.

Así, no subordinamos el sexo solamente a la hora del día o el contexto social, sino también a las razones por las que deseamos no tener sexo. El miedo a quedar embarazada o a contraer ETS, por ejemplo. De este modo los motivadores “espontáneos” deben medirse contra las razones para no hacerlo, y que pueden ser tan simples como tener ocupaciones, cocinar, leer, etc.

La hipótesis de Refinetti para explicar por qué los seres humanos tenemos relaciones de noche es sumamente simple: porque es conveniente. Luego de seguir analizando los ritmos circadianos en un estudio posterior en parejas casadas, Refinetti encontró que es durante esas horas en que la ritmicidad circadiana nos pide dormir, pero también el momento en que las parejas suelen dejar de lado sus ocupaciones, subordinando estas a su vez a la necesidad biológica de dormir. La química del contacto y la cercanía hace lo demás.

Refinetti descartaría la hipótesis de que la oscuridad en sí misma juegue algún factor determinante, pues “para estudiarlo necesitaríamos tener a las parejas en constante oscuridad por muchos días y revisar cuándo comienzan a tener sexo.” Un estudio que imaginamos como un siniestro reality show, en realidad.

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