A las 5:41 pm del 2 de agosto de 1947 el vuelo CS59 de British South American Airways le anunció por radio a la torre de control del aeropuerto Los Cerrillos de Santiago que estimaba llegar a la capital chilena en, aproximadamente, cuatro minutos. Luego desapareció completamente.
No hubo más contacto por radio, ninguna señal de socorro que alertara sobre algún posible problema.
Y las operaciones de búsqueda organizadas inmediatamente después del desvanecimiento de la aeronave, un Avro Lancastrian que transportaba a seis pasajeros y cinco tripulantes provenientes de Buenos Aires, jamás pudieron encontrar sus restos.
El misterio de la desaparición del Stardust, como había sido bautizado el avión, tardaría más de medio siglo en resolverse.
¿Cómo había ido a parar el ya mítico aeroplano a más de 80 kilómetros del aeropuerto de Santiago donde se pensaba había estado a punto de aterrizar?
Además, esa zona de la Cordillera de los Andes había sido intensamente peinada durante la búsqueda original de la aeronave.
Y en todo ese tiempo numerosos alpinistas también habían escalado el Tupungato, que tiene más de 6.500 metros de altura, sin tampoco encontrar nada, hasta la súbita reaparición del viejo Avro Lancastrian 53 años después.
La causa del accidente, por su parte, parece estar vinculada a un fenómeno atmosférico invisible y poco conocido en ese entonces: el jetstream.
Efectivamente, esta poderosa corriente de viento se produce a grandes alturas y puede alcanzar velocidades de más de 100 millas por hora.
Pero en 1947 pocos aviones podían volar tan alto, por lo que los pilotos no estaban familiarizados con un fenómeno que puede incidir significativamente sobre la velocidad de navegación y por lo tanto afectar los cálculos.
Los investigadores creen que la tripulación del Stardust decidió subir a más de 24 mil pies para evitar el mal tiempo que, según los reportes, afectaba la cordillera de los Andes, que separa Argentina de Chile.
Así, mientras volaban a ciegas entre las nubes, el jetstream debe haber reducido notablemente su velocidad sin que ellos pudieran darse cuenta, manteniéndolos del lado equivocado de las montañas cuando pensaban estar a pocos minutos de poder aterrizar.
Y al momento de iniciar el descenso, esperando ver Santiago al salir de las nubes, se produjo la inevitable colisión.
“Yo creo que en los minutos finales del vuelo el piloto debe haberse sentido bastante seguro de lo que estaba haciendo, muy relajado. Y los pasajeros en ningún momento se deben haber dado cuenta de lo que estaba pasando”, le dijo a la BBC Carlos Bauzá, el especialista que estuvo a cargo de la investigación hecha por el ejército argentino.
“No creo que sea una mala forma de morir porque uno pasa de estar tranquilo a no sentir nada”, agregó el hombre que resolvió de una vez por todas el misterio caso.
Fuente: BBC Mundo