¿Dormir o tener sexo?

La vida cotidiana exige respuestas inmediatas en las distintas áreas: trabajo, familia, hijos, pareja y vida social. En ese trajín aparecen los síntomas de la fatiga, que se clasifican en cansancio físico y cansancio mental, y es inevitable que el deseo sexual se vea afectado.

Es frecuente que la persona reconozca que desde hace un tiempo la capacidad para generar encuentros y para fantasear se encuentra disminuida.

No hay datos sobre la frecuencia del trastorno, pero se estipula que la disminución del deseo sexual en la población general estaría entre un 15 y un 33%. Las investigaciones revelan que en la mujer alcanza la cifra máxima, es decir, un 33%.

En los hombres, los problemas en el deseo sexual suelen aparecer con más frecuencia luego de los 50 años y coexisten con una disminución de la testosterona. Es habitual que se acompañe de disfunción eréctil.

La fatiga mental impide que se dejen de lado las preocupaciones y se abra paso a los pensamientos y las fantasías eróticas. La persona se siente abrumada, aturdida y no puede imaginarse en una situación sexual. Esta inhibición sobre el deseo y la imaginación obtura cualquier posibilidad de encuentro.

El cuerpo cansado acompaña el retraimiento: “no me imagino ni tengo fuerzas para tener sexo”. Las personas con cansancio y baja del deseo sexual no se permiten tener ningún gesto de contacto físico (como caricias, abrazos y masajes) por temor a que desemboquen en una relación sexual y decepcionen a sus parejas.

La justificación aparece como recurso defensivo: “demasiado trabajo, demasiados problemas”. Si durante la semana es imposible el encuentro también lo será el fin de semana porque hay que descansar y recuperar algo de fuerzas.

Cada nuevo día nos desafía a encararlo con una cuota de espontaneidad, creatividad y compromiso personal. Evaluar los problemas a encarar, tener una visión optimista y disfrutar del tiempo libre son algunas de las premisas para estar más saludables.

En el área sexual, estimular las caricias y todo tipo de expresión de ternura ayuda a no perder la conexión de los cuerpos.

Un cambio de perspectiva supone centrarnos en nosotros mismos con el fin de reflexionar acerca de la vida que deseamos construir. Volver al eje de nuestra existencia nos convoca a hacernos responsables de cada acción y dejar de lado las múltiples defensas que apuntan al entorno o a situaciones traumáticas.

Fuente: Entremujeres