El otro informe: el miedo de los mexicanos

El miedo nos paraliza. El pánico nos ata de manos. El temor nos impide ser libres. El miedo detiene la alternancia. El pavor nos vuelve intolerantes. El horror nos deja vulnerables al abuso de autoridad. El miedo impide el bienestar individual y social. Y ese terror, desde que se declaró la guerra contra el crimen organizado, ha sido componente rector del discurso de Calderón.

El miedo es una emoción caracterizada por un intenso sentimiento normalmente desagradable, pero en ocasiones, está completamente normalizado, provocado por la percepción de un peligro, real o supuesto, presente o futuro.

Inspirar miedo en la sociedad desde el poder público, frecuentemente tiene como intención detener el verdadero cambio, y es utilizado por algunos gobernantes para mantenerse. Políticos autoritarios que apelan al miedo de la gente para no explorar alternativas de gobierno y mecanismos nuevos y efectivos de hacer política.

El susto o aprensión es aquella emoción primaria que se deriva de la aversión natural al riesgo o la amenaza, y se manifiesta de manera natural en el ser humano. Sin embargo, en ocasiones es deliberadamente provocado, y es así que este miedo que priva en los mexicanos ha imposibilitado que se discutan y atiendan con efectividad otras problemáticas.

Según la Real Academia Española, el miedo es la “perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario”. Tal espanto sirve a los partidos políticos de corte conservador, como vehículo para permanecer en las estructuras del poder público, dejando en un segundo plano las políticas públicas a favor de la justicia social y la igualdad.

De ahí que las personas asustadizas tienden a tener ideas políticas más conservadoras que aquellas que no pierden la calma en situaciones de alarma, como ha concluido una investigación en Estados Unidos presentada en la revista Science. Precisamente, medidas para proteger a una comunidad de amenazas internas como la delincuencia pueden interpretarse como ideas conservadoras.

En efecto, la alarma hacia el crimen organizado en México ha llevado a las Fuerzas Armadas a las calles, y al final nuestras plazas, ciudades y poblados se convierten en el moderno panóptico, donde cientos de ojos nos vigilan, antes que repensar nuestro sistema de procuración y administración de justicia.

Desde el punto de vista social y cultural, el miedo puede formar parte del carácter de la persona o del entramado social. Por tanto se puede aprender a sentir peligro ante objetos o contextos, y esas fobias se relacionan de manera compleja con otros comportamientos, como son la apatía, la indiferencia, la falta de civilidad y de cultura política.

En nuestro país, agentes del miedo son los delincuentes quienes han entrado en conflicto con la ley, pero también los son las Fuerzas Armadas han abandonado los cuarteles y, en su encomienda de combatir el crimen, han incurrido en violaciones a los Derechos humanos. Agentes del miedo: los funcionarios públicos que bajo amparo de su puesto y en algunos casos de su fuero político, cometen abusos de poder y permanecen impunes. Los casos de la guardería ABC o de los 72 de migrantes de Tamaulipas vienen a nuestra mente.

Los mexicanos, hoy,  le tenemos miedo al miedo, miedo al amor, miedo a la muerte, miedo al ridículo, y semejante emoción guarda estrecha relación con distintos elementos de la dinámica social. A saber, el temor le resta autonomía de decisión al individuo y al mismo tiempo le exime de responsabilidad.

Presos del miedo, durante casi 5 años hemos padecido un gobierno autoritario que no está dispuesto, por ejemplo, a cambiar la estrategia contra el crimen, lo que nos obliga a imaginar con seriedad la alternancia política. Resulta indispensable, también, la discusión abierta y plural de las ideas y enfrentar con civilidad a quienes apelan al miedo para imponer su voluntad; a quienes amenazan, dejan de escuchar y le huyen a la crítica de los que piensan diferente.

Es momento de perder el pánico que nos habita. Tiempo de romper las cadenas del terror y dejar de sentirnos en peligro. La esperanza es posible.