El “presidente legítimo” se registra como candidato a “presidente espurio”

Hoy, quien no confía en el IFE; quien mandó al diablo a las instituciones; quien toma calles y pozos petroleros; quien bloquea avenidas y quien descalifica a diestra y siniestra muestra otra máscara: la máscara de quien sí cree en las partidos, quien -obviamente- está dispuesto a acceder al presupuesto que otorga el Estado a los partidos y candidatos; la máscara de quien sí acata los tiempos electorales marcados en la ley… ese mismo personaje de dos caras, ahora se registró como candidato a la Presidencia.

En efecto, nos referimos a Andrés Manuel López Obrador, el autonombrado presidente legítimo de la república amorosa, esa realidad paralera en donde sí es posible la reelección presidencial y dónde también es posible aspirar a un silla ocupada por el “espurio”, como el mesías tabasqueño nombró al que fuera su adversario en 2006.

Y es aquí donde la incongruencia se hace patente. ¿Cómo puede alguien despreciar la vida institucional y luego, en una táctica torpe e ingenua, como la ha calificado el Subcomandate Marcos, sujetarse de nuevo a las instituciones? ¿Cómo diferenciar una presidencia legítima de una espuria, cuando el mismo personaje busca ocupar ambos puestos, uno después del otro?

Pero las preguntas van más allá. ¿Cómo puede un movimiento social claramente progresistas echar a un lado sus ideales e ideas y apoyar a quien ha demostrado alejarse de los postulados de una izquierda moderna? Pues eso sólo pasa en el contexto de una república amorosa, así en minúsculas, que bien pudo haber sido sacada de un guión de lo que tanto critica López Obrador: las telenovelas.

Estamos frente al drama, la tragedia y la comedia de esta historieta de país que los mexicanos no quieren y al que no aspiran -tal como lo indican los estudios de opinión que señalan el mayor rechazo en contra de López Obrador-.  Se trata de una caricatura del país del “amor”, dónde la moral (típica de la derecha pero impulsada por la “izquierda”) pretende imponerse a la ética como eje central de función pública y forma de gobernar: El “presidente legítimo” ahora quiere ser “espurio”.