Carles Geli
“Si hubiese podido, hoy te habría penetrado con el caballo”. El piropo salió nada más que de Benito Mussolini, dedicado a su joven amante Clara Petacci, quien poco a poco logró convertirse en la amante principal del Duce. Ahora, está próximo a publicarse el libro “Mussolini secreto“, los diarios en los que Petacci escribió, con todo detalle, los encuentros íntimos que tuvo con el dictador.
Relata su primer encuentro, en 1936, como producto de la euforia: Mussolini acababa de conquistar Etiopía y proclamar el imperio. Unas semanas después, se estrena con su joven amante – ella tenía 24 y él 53 – quien a base de insistencia, cartas aduladoras y visitas de 15 minutos, se ha hecho un lugar en la cabeza, y en la agenda, de Il Duce.
El actuar violento no es cosa de un día o de un momento; él le cuenta cómo “desvirgó a su esposa sobre una butaca” con la violencia habitual; violencia a la que Clara ya está acostumbrada: mordidas que dejan marca en el hombro, una nariz casi rota en el acto. “Pierdo el control: si no fuese así, los nuestros serían coitos maritales, aburridos”.
Ella sabe bien cómo tratarlo, cuál es su punto débil: tras la fachada, Mussolini es un hombre frágil. Se siente solo e incomprendido, tanto por su esposa como por su nación.”Mi mujer nunca ha sido consciente de mi grandeza”, lloriquea. “Nadie se ocupa de mí“. Su propia decadencia física lo obsesiona: ¿Ves a tu gladiador, a tu atleta? Dime que no soy viejo; no quiero envejecer, la vejez es repugnante”, le dice por teléfono después de un desfile militar.
No todo es miel sobre hojuelas entre ellos; él tiene constantes accesos de rabia provocados por los celos, mientras ella sufre que él tenga más amantes – al final, solamente conservó dos. Pero a veces llegan a las patadas, a aventar mesas y sillas.“Tengo un mundo al que vigilar y un pueblo al que gobernar y ya te dedico demasiado tiempo; a veces me pregunto si soy tonto”.
Otras cosas que le obsesionan, son su imagen pública (“No quiero que nuestro amor sea una cosa pública, que se hable en los cafés o en la modista. Me preocupa mi prestigio. No puedo pasar por un viejo chocho“); y, dado el contexto en el que se encontraban, la política internacional: cuando los diarios franceses ponen en duda su salu, él sale montado a caballo para probar lo contrario.
Pero, lo que más le aterra, es la muerte, la cual ve como algo inminente. Teme más que nada al frío de la caja, y por eso pide que lo pongan junto con una esterilla. ¿Y qué pasará con Clara? “Yo no te sobreviviré: he nacido para ti, acabaré contigo”, le dice después de un fogoso encuentro en marzo de 1938. Y eso es exactamente lo que sucede en abril de 1945, los dos juntos, colgados boca abajo en la Piazza Loreto de Milán.