El Ted que todos llevamos dentro

Por Déborah Buiza G.

Antes de cualquier cosa, me gustaría decir que no soy especialista en cine, ni esta columna pretendería ser una crítica especializada en séptimo arte o algo parecido. Me gusta el cine y por lo general busco quedarme con algún mensaje o reflexión de las cintas que veo, para mí o como material de conversación o recurso didáctico. Dicho lo anterior me siento en mayor libertad para comentar lo siguiente.

Tuve la oportunidad de ver la película Ted. Por decir algo muy general (y no quitarles la ilusión a quienes no la hayan visto), la película plantea el sueño cumplido de un pequeño por tener un mejor amigo para siempre encarnado en su oso de peluche. Todo va bien mientras John (el protagonista) es pequeño, pero las circunstancias cambian cuando él tiene más edad, un trabajo, e intenta tener una relación de pareja.

Más allá de si la película es buena, mala, me reí mucho o no, me quedé pensando, ¿cuántas cosas, hábitos, relaciones, creencias y emociones conservamos de nuestra vida infantil en nuestra vida adulta que no nos permiten avanzar?

Y es que siendo pequeño (a) se puede desear o fantasear con cosas para enfrentar miedos, debilidades, necesidades o alcanzar sus sueños. ¿Cuantos Ted’s no llevamos con nosotros? Y no me refiero a conservar los juguetes de aquella época, o incluso a coleccionarlos y adquirirlos ahora que podemos comprarlos (y papá o mamá no están condicionando su adquisición a nuestra buena conducta), o a seguir siendo fan de algún cómic, sino aquellas conductas y hábitos, o relaciones que establecimos en nuestra infancia y que han permanecido con nosotros a pesar de que hemos dejado los pantalones cortos y las coletas.

¿Cuántas veces nos hemos consolado con dulces (o con el postre o la comida que nos recuerda los cuidados de la abuela o de mamá) cuando las cosas van mal?¿Cuántas veces nos quedamos esperando a que alguien venga a levantarnos, lavarnos las rodillas y limpiarnos las lágrimas ante un “fracaso”?¿Cuántas veces seguimos guardamos nuestros rencores creados en la infancia (hacia nuestros padres, hermanos, amigos) y que bajo otra perspectiva y con el paso de los años ya no tienen sentido? ¿Cuántas veces nos seguimos portando como los niños (as) de papá o mamá sin asumir activamente y realmente la responsabilidad de nuestro autocuidado, de las decisiones que tomamos y del rumbo de nuestra vida?

Soy una convencida del trabajo y el rescate al niño interior y de retomar aquellas cosas de la infancia que al ser adultos olvidamos con facilidad (la inocencia, la fe, la esperanza, la alegría, la sencillez, el entusiasmo, la curiosidad, la imaginación, los sueños, etc) sin embargo, es importante en algún momento decir adiós a aquel pequeño tú que no te permite crecer.
Y tú, ¿qué guardas de tu infancia?