Los niños vienen al mundo para probar varias cosas: la primera el grado de paciencia que cada persona tiene; segundo, que los padres pueden ser autistas momentáneos; tercero, que no hay nada mejor que business o primera clase para volar. De todo esto me di cuenta en unas vacaciones, cuando decidí volar por una de las famosas aerolíneas de bajo costo, ya que era la única que tenía el horario que necesitaba para viajar a Tijuana.
Las colas y el pago que tuve que hacer por exceso de equipaje no mermaron mis ganas de disfrutar la ruta del vino en Baja California. Todo iba bien hasta que me subí al avión y de pronto me ví rodeada por un kindergarden. En el asiento trasero venía un hermoso bebé, parecía sacado de un anuncio de Gerber, me sonrió y pensé que después de todo podía ser un viaje tranquilo.
Ingenua de mí, la sonrisa inocente del niño sólo escondía sus negras y diabólicas intenciones de hacerme pasar el peor vuelo del jamás se haya tenido memoria. Tan pronto alzó su vuelo el avión, el niño empezó a llorar y al unísono como si fuera una orquesta de chillidos todos los niños comenzaron a imitarlo, parecía que se comunicaban a unos a otros con un lenguaje no apto para adultos.
La niña de adelante, un poco más grandecita, en cuanto pudo se quitó el cinturón y empezó a brincar en el asiento. ¿Lo habían hecho a propósito las gorditas del mostrador? ¿Me habían puesto justo en la sección de niños? ¿Era acaso una prueba del Señor enviada por mi tía Gertrudis? Pero no, todo el avión estaba lleno de infantes.
Lo que me pareció increíble, casi enfermo, es que las mamás y los papás parecían en transé, no movían ni una pestaña, ocasionalmente volteaban a ver a sus chilpayates y les decían algo. Estaban como autistas, pensé que era el agua del avión e inmediatamente pedí un vaso “con lo mismo”, quería irme a su mundo, a su paraíso. La mamá del bebé diabólico incluso ¡estaba dormida!
¿Cómo era posible eso? Tal vez no eran los verdaderos padres de los niños, tal vez eran niños secuestrados que pedían ayuda pero ¿todo el avión? ¿pues qué aerolínea tome? Yo sentía que el tiempo estaba detenido, que nada se movía, que ya habían pasado 6 horas, pero en realidad llevábamos una.
Finalmente, después de 3 horas de viaje, llegamos a Tijuana. Los niños saltaban de un lado a otro, súbitamente los padres salieron de su transe y se pusieron a organizar las maletas. Yo baje y casi besé el suelo.