Encuentra a su padre de casualidad después de 30 años, era el chofer del taxi

Carolina Ortega tiene 36 años, es asesora del diputado nacional Felipe Solá en Argentina. En el trayecto casi no miró al taxista, se la pasó hablando por teléfono. A compañeros de trabajo, al propio Solá; también su hermana Gimena y su tío la llamaron. A todos les narró el difícil momento que había pasado su mamá, a la que acababan de asaltar, cuenta Carolina a LA NACION.

Así lo contó por medio de Twitter:

“Relaté todo en detalle, di nombres de mi familia mientras iba en el taxi. En ningún momento miré la cara del taxista”.

“Llego a casa y tachero dice “conozco la zona donde va, la llevo”. Enloquecida, le digo q sí, q bajo a buscar algo y salimos de nuevo. Espera. Subo al taxi de nuevo, atiendo llamados, y en Lomas de Zamora (sí, íbamos a los pedos) se me ocurre mirar al tachero”.

Ahora que pasaron ya varios días, Carolina repasa lo vivido cada minuto, recupera imágenes, sensaciones. “Conozco la zona”, repite ella aquellas palabras del hombre al volante.

“Claro, si vivió ahí durante siete años, si recorrió mil veces la calle en donde vivió siempre mi madre, en donde nacimos nosotras. Cómo se va a perder en esa diagonal que corta el ferrocarril”. Pero entonces, ella sólo se limitaba a hablar por teléfono, a recibir llamadas, cada tanto miraba por la ventana. Notaba que el taxista estaba algo nervioso: fumaba sin parar, iba a toda velocidad, tocaba bocina en cada semáforo. Volábamos en el auto. Pensé que iba rápido, que me estaba haciendo un favor después de lo que había escuchado del robo”.

“Lo vuelvo a mirar, no puedo creerlo. Hace 30 años q nos vimos x última vez. Leo el cartel con los datos q cuelga del asiento delantero. Es él. ¿Qué posibilidad hay de q en BA, en el día q salgo loca a ayudar a mamá, pare taxi y el q maneje sea mi viejo, al q no veo desde mis 7 años? Y que me dé cuenta 25 minutos después…”

Esos minutos vuelven. Lo que podría haber dicho o hecho. “¿Qué hago”, se preguntó en esos instantes. Hablar, insultar, bajarse del auto, llorar. “Pensé en bajarme. Enseguida me dije que no, que si el destino nos había puesto ahí en ese momento era por algo”, dice Carolina.

“El faltó un montón de tiempo de mi vida, pero si mis viejos se hubieran separado bien seguramente lo hubiera llamado para contarle lo del robo de mi madre, para que me acompañara. Y ahí estaba. Necesitaba auxiliar a mi vieja y él me ayudó”.

“Todo eso pasó esta noche, chics. Si lo ves en una peli, no la crees. No tenía idea si estaba vivo o muerto. Menos a qué se dedicaba. Viajamos en silencio. Se prendió un pucho y no dije nada (pobre, qué iba a decirle). El círculo cerró perfecto. El se dio cuenta porque me trajo a la casa q dejó hace 30 años, lo vi en sus ojos por el espejo retrovisor. Mis ojos, somos muy parecido”.

Eso cree Carolina. Que la cara los vendía. Que él no pudo no darse cuenta, pero que, como ella, no supo qué decir. Callaron.

“Mi vieja no sabe, no podía agregarle algo + hoy. Le conté a @linearotativa x chat, en cuanto me dí cuenta. Gracias x los mensajes. Le pagué, le dí propina. Y lo perdoné”.

Luego de eso, Carolina decidió contarles a su mamá y a su hermana lo que había vivido la noche del robo, ahora convertida en la noche en que se cruzó con su papá después de tres décadas. “Las invité a tomar algo en un bar y les conté. Mi hermana se emocionó; mi mamá dijo que sabía que tarde o temprano nos íbamos a cruzar con él”. No dijeron más.

En Twitter, el medio que Carolina eligió para exorcizar su experiencia, sí se habló, sí se dijo. Hasta cinco días después se siguieron tuiteando comentarios sobre esta historia, que tuvo más de 7,000 lecturas.

“Me llegaban mensajes desde Miami, España, Ecuador y Colombia. La mayoría se mostró sorprendida, otros lo veían como una señal que en medio de tanto conflicto; una chica de Washington me contó que le pasó lo mismo con su mamá; un colega dijo que el otro día vio en la calle a su hijo de 14 años al que no veía desde bebé; una mamá me dijo que a sus hijos les pasa lo mismo con su padre, al que no ven desde hace décadas”. Son las historias que recuerda de los cientos de intercambios que se generaron en la web.

A ella no la asusta la exposición, tener este diario colectivo. “Soy una usuaria demasiado activa de Twitter”, reconoce. “Como era de madrugada y no tenía con quién hablarlo en ese momento lo compartí, no pensé que fuera a generar tantos comentarios”, dice Carolina, que tiene más de 4,300 seguidores en esa red social.

“Con esto comprobé que las historias de vida se repiten y que hay mucha necesidad de expresarse”.