Lance Armstrong se ha lanzado a los brazos de Oprah Winfrey, la reina de la televisión. La confesión anunciada de su gran mentira arrancó con un vídeo que le recordó lo que dijo “Yo nunca lo he hecho”. Anoche en el cara a cara cambió radicalmente su relato.
“Era como el aire de las ruedas”, señaló para describir la generalización en el pelotón del uso de sustancias prohibidas, “aunque esta respuesta resulte hoy inaceptable, fue mi generación”.
En un cuestionario de sí o no, respondió con un sí a la pregunta de si había tomado sustancias para mejorar su rendimiento, entre estas EPO, transfusiones de sangre, testosterona, cortisona y otros productos sin precisar.
Lo hizo en todos y cada uno de los siete tours que gano de forma consecutiva. Su lucha por acallar el coro de voces que le delataron, entre estas las once ex compañeros de equipo que le denunciaron, se zanjó así ante las cámaras.
Sólo dejó ir un no: no a que haya un humano que pueda ganar siete tours de forma consecutiva sin drogarse.
“Era un sistema inteligente, pero no corríamos riesgo, no había nada por lo que preocuparse”, precisa sobre esas prácticas. Asegura que en todos esos años jamás pensó que cometiera algo erróneo, ni se sintió mal. Acepta que su estado de ánimo era “asustadizo”. Ni siquiera sintió que estuviera haciendo trampas.
Tampoco reconoce que fuera el gran jefe que amenazara a los compañeros que se oponían a seguir por la misma senda que él. “Absolutamente no”, contesta a la pregunta de si obligó a que expulsarán a alguien por negarse a someterse a transfusiones o inyecciones.
En todo caso, como gran líder del equipo, su comportamiento marcaba el camino a seguir de los otros, que debían ser fuertes para poder competir en sus filas.
“Hoy soy más feliz que ayer”, confiesa Armstrong para tratar de convencer de su arrepentimiento.
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