Estrés puede llevar a comer en exceso y a la obesidad

La capacidad de los alimentos para calmar, reducir la ansiedad y mejorar el estado de ánimo son conocidas por cualquier persona que haya sujetado un bote de helado a la medianoche o que se haya comido un paquete tamaño fiesta de papas fritas al final de un mal día.

Pero el problema con una sobrecarga de carbohidratos es que impulsa una reacción psicológica en cadena que puede crear un caos en el cuerpo. También afecta a las glándulas suprarrenales, suprime el sistema inmunológico durante horas y generalmente deja a la persona con un sentimiento de indolencia y fuera de balance. Después viene el bajón de azúcar.

La gente cree que todo el azúcar que consume se irá a sus células, y una parte lo hace. Pero el azúcar adicional que flota a nuestro alrededor se va directamente a las células grasas. Normalmente se acumula en tu cintura. Y así es como el estrés se relaciona con el aumento de peso”.

Otro efecto secundario de comer por estrés es que tu cuerpo se condiciona a querer galletas, pastelillos, papas fritas y donas.

¿Cómo cambiar la recompesa?

Necesitas crear un nuevo camino, un nuevo recuerdo feliz. Empezar por hacer actividades diferentes cuando se sienta el impulso de comer como un “apapacho”: salir a caminar, inhalar profundamente diez veces, leer un libro, ver fotografías del pasado que nos traigan buenos recuerdos.

Es necesario encontrar otras formas para canalizar la energía y hacerle frente a la tristeza, momentos depresivos, al estrés generado por el trabajo o situaciones personales.

Robin Kanarek, decano interino de la Escuela de Ciencia y Política de Nutrición Friedman de la Universidad Tufts, habla de la psicología de comer por estrés: “La comida es más que la nutrición. Puede tener un valor nutricional, pero también tiene un valor social y cultural. Algunas veces nuestras creencias sobre la comida pueden influenciar el comportamiento tanto como la nutrición”.

Cita un estudio en donde a unos estudiantes les dieron de comer donas o plátanos, los dos alimentos con el mismo número de calorías y gramos de azúcar. Los estudiantes que comieron la dona informaron sentirse peor con ellos mismos y con su imagen corporal después de comerlas.

En un segundo estudio, a los participantes les dieron la misma malteada, pero a un grupo le dijeron que era alta en calorías, mientras al otro le dijeron que era baja. Las personas que pensaron que habían consumido una malteada alta en calorías tenían más probabilidades de consentirse después con Ring Dings (pastelillos rellenos con crema congelada). “La forma de pensar fue ya lo arruiné así que seguiré comiendo”.

Kanarek recomienda tener refrigerios saludables a la mano.

“La mayoría de la gente tiene un periodo de tranquilidad a las tres de la tarde. Si estás estresado y puedes encontrar comida chatarra en la máquina expendedora del pasillo, podrías iniciar este ciclo que puede conducirte incluso a un mayor (nivel) de estrés”, dice. “Si tienes frutas y verduras listas y disponibles te permite mimarte con algo dulce de buen sabor y con valor nutricional, sin tener el efecto de bola de nieve”.

Según Villacorta, cuando se trata de comer para reducir el estrés, tu objetivo principal se divide en dos: impulsar las hormonas de la felicidad (la serotonina y la dopamina) y reducir las hormonas del estrés (cortisol y la adrenalina), algo que la pasa la factura al cuerpo con el paso del tiempo.

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