Cuando las mujeres iniciamos una relación amorosa cometemos siempre el mismo error: nos hacemos expectativas.
Esas expectativas casi siempre incluyen una historia maravillosa de amor que sólo está en nuestro cerebro y una pareja maravillosa cuya perfección es básicamente producto de nuestra imaginación.
Sin embargo, nos aferramos tanto a las expectativas que creamos que empezamos a disfrazar o justificar los errores de nuestras monicosis. Que tire la primera piedra quien nunca haya adornado una historia para que el cosimoni en cuestión luciera más “inteligente, detallista, sensible, etc.” a los ojos de amistades y familia. Yo por supuesto me declaro culpable.
¿Cuánto dura esto? Hasta que la realidad nos alcanza y la creatividad (o el dinero, o la paciencia) no nos da para más, y entonces se nos cae el velo de la cara y las expectativas nos dan de cachetadas.
Nos preguntamos pero ¿en qué momento tuvo esta transformación kafkiana? ¿Cuándo nuestro monicosi se convirtió en Cuasimodo? o “Un día me acosté con Bernie, el galán y me levanté con Barney, el dinosaurio”. Y ¡noooooo! En la mayoría de los casos el querubín siempre ha sido igual. Es como ponerle a un pescado desabrido una salsa deliciosa arriba, que arregla la situación pero el pescado es y será siempre desabrido.
El día que no nos alcanza para comprar el aderezo probamos el pescado y ¡ay nanita! nos sorprendemos y hasta vamos a la pescadería reclamar, pero el gordito nos dice: señora mía, usted ha comprado el mismo pescado desde hace 2 años y siempre ha tenido el mismo sabor.
¿Entonces? Pues lo ideal es comerse al pececillo sin nada arriba y ver si te gusta como para comerlo diario. Tiene que ser un fuera máscaras:
No es que sea ahorrativo, es que es tacaño
No es que sea metrosexual, seguro es gay
No es que le encante estar con tus amigas y preguntarte por ellas, seguro es que alguna le gusta
No es que sea olvidadizo y siempre olvida la cartera, se está negando a pagar
No es que traiga un look artístico-revolucionario, es un apestoso al que no le gusta bañarse
Cuando hay expectativas todos salen perdiendo, porque nadie es capaz de llenarlas tal como la otra persona se las imagino, ni de mantenerlas.
Además, para nosotras la caída es mayúscula y para ellos es indescifrable porque lo que parecía gracioso ya no lo es, o lo que “más adorábamos de él, como que siempre estuviera en la casa” ahora nos incomoda. Así que ¡viva la técnica del pescado! Total más vale que digan aquí corrió que aquí se espinó.