Familia nómada lleva 11 años viajando por el mundo

Candelaria Chovet y Hermann Zapp, tomaron una decisión hace casi once años: ser una familia nómada.

Ellos junto con sus 4 hijos viajan por el mundo, de hecho cada uno de los niños han nacido en algún punto del viaje que ya les ha llevado a recorrer todo el continente americano, Oceanía y parte de Asia.

Se desplazan en un coche de 1928, un viejo Graham-Paine que no alcanza los 60 kilómetros por hora y al que han bautizado como Macondo Cambalache.

A bordo de este vehículo, que a base de remodelaciones, añadidos y ampliaciones ya han convertido en su casa, han recorrido miles de kilómetros de selva, bosque, desierto y autopistas. Con él han salvado los múltiples obstáculos del camino: para navegar por el Amazonas, por ejemplo, los Zapp construyeron una enorme balsa con troncos en la que poder llevar a su coche. Y también, en barco, el Atlántico y el Pacífico, hasta el punto de que ha dejado de ser un mero coche antiguo para convertirse en el símbolo de un sueño.

Es el sueño de una secretaria y un mecánico que un día decidieron venderlo todo para lanzarse a completar un camino mil veces recorrido en sus conversaciones. Su objetivo era subir desde Argentina, su punto de partida, hasta Alaska, a bordo del Macondo Cambalache a 60 kilómetros por hora.

“En el año 2000 nos atrevimos a empezar a vivir los mejores años de nuestra vida, y todavía nos preguntamos cómo no lo hicimos antes”, cuenta Hermann Zapp a El Confidencial.

Aquel viaje lo emprendieron como turistas, dicen, y lo terminaron como viajeros. Y como padres. El primero de los cuatro retoños de los Zapp llegó al mundo en California y, a pesar de que la familia estaba lejos, no le faltaron regalos, recibieron más de diez carritos de bebé, cortesía de la gente de la zona que habían conocido en su viaje y que querían apoyar su aventura.

“La gente no cambia por vivir en diferentes latitudes”, estos 11 años las han pasado como invitados en casas de gente que les acoge con todo el cariño del mundo. También han recibido otras ayudas, de todo tipo, desde mecánicos solidarios que echan una mano cuando el coche se estropea hasta adinerados empresarios que se prestan a pagar el caro peaje que supone cruzar el océano en barco.

“La gente sigue siendo lo mejor y la mejor sorpresa de nuestro viaje. Es increíble, hoy en día ya somos seis en la familia y la gente nos recibe igual en sus casas y comparte con nosotros su mayor fortuna: su familia y su hogar”, explica Herman.

En Sydney nació su último hijo, Wallaby, que ya tiene dos años. Él y sus hermanos, Pampa (8 años), Tehue (6) y Paloma (3) han crecido en ruta. Su colegio ha sido el mismo mundo y su educación la han recibido a través de Internet y del empeño de su madre (que era maestra).

Es, simplemente, una enseñanza distinta de la habitual. Candela explica un ejemplo: “Cuando llegamos a Borneo nos encontramos con una manada enorme de elefantes a menos de 20 metros y nos quedamos viéndolos largo y tendido. Después les pedí a los niños que dibujaran a los animales y que describieran lo que habían visto, armando oraciones y párrafos con sentido, y explicando además en qué lugar del mundo había ocurrido, cómo era el paisaje, etc.” Además, continúa su madre, “me doy cuenta de que Pampa y Tehue (los mayores) gracias al viaje, están queriendo este mundo, la naturaleza, su gente. Quieren reciclar, se entristecen cuando vemos la desforestación de la selva o basura en las playas y no entienden la guerra, porque ellos, al ser recibidos en tantas casas, saben que la gente tanto de aquí como de allá es maravillosa”.

Así, descubriendo mundos, gentes y culturas, van avanzando en su viaje. En el último año han recorrido Korea, Japon, Filipinas, Malasia, Brunei e Indonesia (esta semana escriben desde la isla de Java) y su próximo objetivo es ‘conquistar’ China, India y el Himalaya. Y, como explican, ese ‘conquistar’ no se limita a una simple visita, si no a vivir el lugar, y, sobre todo, sus gentes. “Una montaña después de mil montañas, es una montaña más. Una playa después de mil playas, es una playa más. Pero esa persona que conocemos, que nos acoge, que nos ayuda… es la razón por la que volveríamos a ese lugar”.

Cuando se acabe Asia, quién sabe qué será de esta familia de trotamundos. Todavía les quedarán dos continentes por explorar, por vivir, África y Europa. Éste será, como dicen, el postre, porque es “más cómodo” para recorrerlo cuando estén “viejitos”. Su sueño sigue en marcha.

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