a primera columna de Germán Dehesa, “La Gaceta del Ángel”, se publicó el 22 de noviembre de 1993. Aquí la reproducimos tal y como apareció hoy en el periódico REFORMA:
Cuando se podía mirar, la Ciudad de México se miraba muy bien desde el Ángel de la Independencia, me consta. Yo no estuve en 1910, cuando “El Oso” Rivas Mercado, tras prolongada estancia en París, le entregó a la ciudad (o a Don Porfirio, que era equivalente de la ciudad y del país) la magnífica columna rematada por un ser alado, dorado, ostensiblemente femenino, decididamente victorioso y angélico por voluntad popular. Mi primer recuerdo del Ángel es de principios de los años 50. De la mano de mi padre, ascendí la tenebrosa escalera -leve olor amoniacal- y me asomé a una ciudad que todavía no desmentía a José María Velasco y que todavía podía ser abarcada por la vista. Me sentía Don Joaquín de la Cantoya y Rico. Cinco años después, mi padre y yo fuimos de los primeros en llegar y ver el Ángel-Ángela tirado en el suelo, víctima de uno más de nuestros ya tradicionales temblores. Fue tristísimo. Del mismo modo, fue un júbilo verlo de regreso en su pedestal. Años después, yo era estudiante de Letras y trabajaba por las noches como “botones” y “milusos” en el Hotel María Isabel. Por ahí de las tres de la mañana, en plena depresión hotelera, no tenía más consuelo que salir a la calle, alzar la vista y mirarme con el Ángel. Como es su costumbre, los años siguieron pasando y, en menos de lo que tarda un tratado en aprobarse, ya estaba yo, ahora en calidad de padre, llevando a Viruta y Colima, los dos frutitos de mi vientre, a que conocieran el Ángel. Recuerdo que Juana Inés, (A) Viruta, me preguntó: “Oye, papá ¿el Ángel está llegando o se está yendo?” Es la fecha que no tengo una respuesta. Quizá este diálogo que hoy iniciamos tú y yo, caro lector, nos ayude a encontrar una respuesta. Veremos, si me acompañas, la vida y el argüende de nuestra ciudad, a vuelo del Ángel.
Temblor y temblor:
Martes, 16 de noviembre. Serían las seis, serían las siete de la tarde. Hablando de sismos. En dos o tres estaciones radiofónicas sonó la alarma sísmica. Con el antecedente de que no hace mucho tembló de manera considerable y la alarma sísmica tranquila como Hank ante la sucesión. Ahora no, ahora sí sonó… ¡Tienen 50 segundos para desalojar ordenadamente!… Mi amigo Motita, que estaba oyendo el radio, decidió permanecer en su casa para probar la cimbra. No hubo oportunidad; no tembló. Extraoficialmente avisaron que, en vista de su irregular y pelado comportamiento, la alarma iba a ser desconectada. ¡Qué falta de tolerancia! Si San Andrés, siendo santo, tuvo fallas, cuantimás una humilde máquina. El caso es que para sustos no ganamos.
Desdoros del Vaticano
Mientras la alarma sonaba, lo mejor de la sociedad capitalina (es un decir) se trasladaba a San Ildefonso para la inauguración de la muestra de los Tesoros del Vaticano. Los acarreados de lujo se apretujaron en patios y pasillos. Llegó la comitiva político-académico-eclesiástica. Tovar y de Teresa estuvo a punto de decir Vatinaco y se repuso en un palmo de terreno. Don Carlos no saludó de mano a Prigione, ni a Corripio (hecho comentadísimo) y, mis reporteros, tuvieron que retirarse sin ver la muestra, porque primero la tenían que ver los meros chipocludos. Ta’güeno. En la tienda de “souvenirs” (palabra odiosísima) vendían unas playeras con La Creación de Miguel Ángel impresa. ¿Se acuerdan? El dedo todopoderoso señala a un postrado mortal que también alza su tímido dedito y ¡zaz! la Creación se consuma. Dígame si no es simbólico.
Cualquier alabanza, retobo o comentario con esta inaugural y volante columna, comuníquelo al teléfono…