La caja de Pandora

Está dentro de la naturaleza femenina atesorar recuerdos dentro de objetos insignificantes; una servilleta, boletos del cine, una envoltura de paleta.

Así, en la adolescencia, coleccionamos basura como ratoncitos. Tirar esos objetos es señal de madurez o de haber encontrado (lo que parece) el amor.  Pero hay una etapa intermedia, cuando aún vives con tus padres donde quieres esa caja más que a tu computadora. Es justo ahí cuando tienes que pensar en deshacerte de ella.

Si ese pequeño cofre del tesoro apareciera frente a tu novio, sería muy incómodo explicar su contenido.  No digo que esté bien ir por la vida sin acordarse o agradecer nada de lo que ha pasado; al contrario. Cada experiencia te vuelve una persona mejor, o por lo menos más sabia. Pero de eso, a cargar con recuerdos innecesarios hay mucha diferencia y más si estos recuerdos son materiales.

Justo como en el mito de Pandora, imagina lo que podría desatar que el hombre de tu vida abra una cajita de esas y dijera: “Esta pulsera es el primer regalo que me dio mi ex novia cuando cumplimos un mes“.

Con eso en mente es muy fácil llegar al bote de basura ¿no?