La huérfana que logró ser bailarina

Michaela nació en Sierra Leona en 1995 y sus padres le pusieron el nombre de Mabinty, ambos murieron durante la guerra civil (1991-2002) y la pequeña fue enviada a un orfanato, donde se convirtió en un número.

“Nos llamaban del uno al 27”, recuerda, “el uno era el niño preferido del orfanato y el 27 el más menospreciado, yo era la número 27 porque tenía vitiligo” Para las mujeres que dirigían el albergue de huérfanos, esto era una prueba de que un espíritu maligno vivía en el cuerpo de la niña, que en ese entonces tenía tres años.

“Ellas me consideraban como la hija de un demonio. Todos los días me decían que nadie iba a querer adoptarme, porque nadie iba a querer a la hija de un demonio”

“Había una fotografía de una mujer en una revista, estaba parada en puntas de pie con un hermoso tutú color rosado. Yo nunca había visto nada igual, un traje tan brillante, era simplemente demasiada belleza. Podía ver la hermosura de esa persona y la esperanza y el amor y todo lo que yo no tenía.Y pensé: guau! Esto es lo que quiero ser”. Michaela arrancó la fotografía de la revista y, a falta de otro lugar donde guardarla, la escondió entre su ropa interior.

Un día advirtieron al orfanato que iba a ser bombardeado y todos los niños fueron enviados a un campamento de refugiados lejano. Allí Michaela se enteró de que una mujer estadounidense iba a adoptar a Mia su mejor amiga, Elaine DePrince, al verlas juntas decidió adoptarlas a las dos.

“Yo le miraba los pies porque pensaba: ¡Todos deben llevar zapatillas de ballet en Estados Unidos!”. Su nueva madre pronto percibió la obsesión de la niña con el ballet. “Encontramos un video de Cascanueces y lo vi 150 veces”, dice Michaela.

Elaine apuntó a Michaela en la academia de danza Rock School de Filadelfia cuando tenía 5 años y la llevó cada día en un viaje de 45 minutos desde Nueva Jersey.

Conforme fue avanzando en edad, seguía siendo tímida y acomplejada por su vitiligo. “Era lo único que pensaba mientras estaba en el escenario, no podía mirarme a mí misma en el espejo”. En lugar de disfrutar de los brillantes tutús y canesús que habían llamado su atención en un principio, se cubría todo lo que podía con prendas de cuello alto.

Hasta que un día le preguntó a una de sus profesoras de ballet si pensaba que las manchas de su piel podían frenar su carrera. La profesora no sabía de que estaba hablando, ni siquiera las había notado.

Con 17 años, Michaela realizó recientemente su primera gira con el Teatro de Danza de Harlem, compañía que tiene una mayoría de bailarines mulatos y afroamericanos. “Me he convertido en una persona más alegre, antes era más tímida”, admite  “He crecido y soy muy feliz con la manera en que están saliendo las cosas” finalizó.

Fuente: BBC