La peor cita de mi vida

“¿Por qué vas a salir con ese espécimen?” es una pregunta que algunas amistades frecuentemente me hacen y sí, la verdad es que yo creo que en el fondo soy un poco antropóloga porque me encanta salir con amigos de todo tipo, no necesariamente en plan romántico  sino simplemente para pasar un buen rato. Además me he llevado muy agradables sorpresas.

Hay dos especímenes con los que simplemente no puedo: los llamados mirreyes (no insistas Luis Mi, mi ′no′ fue definitivo) y los que yo llamo los egolocos. Uno de ellos fue el protagonista de la peor cita de mi vida.

Él era del tipo que a mi tía Gertrudis le encanta: títulos académicos, trabajo estable y de buena familia. Llegó por mí una noche con un modelo de carro que yo creo se compran los hombres después de los 40 para subsanar alguna carencia; me vio, me dijo que me veía guapísima y chuleó mis zapatos, lo cual es normal porque no es por nada pero tengo una bonita colección de cacles.

El problema fue cuando me dijo que tenía excelente gusto al comprar tal marca ¡alerta, alerta! Que un hombre conozca marcas de zapatos puede ser por: a) es gay; b) se fija mucho en las marcas porque es excesivamente materialista; c) se dedica a la industria de los zapatos. Él definitivamente no era zapatero y cualquiera de las otras dos razones lo descartaban de una seria candidatura a ser algo más que un amigo. Menos un punto.

Cuando llegamos al lugar trató a los chicos del valet de una forma déspota: les dijo que por favor pusieran el carro enfrente porque no quería que lo maltrataran. Menos 10 puntos.

Cuando vi el lugar al que me llevaba me dije: “otro que me trae a este sitio”, ya sabes, unos de esos fancy restaurantes de moda y caros. Supongo que pensó que había hecho una magnifica decisión porque tenía una sonrisa de oreja a oreja la cual se desdibujo cuando el capitán me dijo: “Buenas noches señorita, hace tiempo que no nos visitaba”. Menos 10 puntos.

En la cena pidió… champagne, lo juro, eso pidió. Aunque aquí no debo de ser tan ruda porque me dijo que sabía que me gustaba. Efectivamente soy la fan número 1 del champagne como lo soy del tequila y del mezcal, perooooo lo tomo cuando estoy en un círculo cercano en reuniones cerradas, con amigas, no es la bebida que pido recurrentemente en un restaurante; pero bueno, le concedí la intención. Eso sí tuvo un punto bueno y fue sugerirme que comiéramos el menú de degustación porque yo soy de muy pero muy buen comer, las ensaladas y lo light está reservado para cuando mi gastroenterólogo decide hacerme la vida imposible y martirizarme recetándome dieta semiblanda. 1 1/2 puntos a favor.

En cuanto la noche empezó yo pedía al cielo que se acabara, que hubiera un connato de incendio en la cocina y que nos tuvieran que desalojar a todos. Me arrepentí de haber dejado el viejo truco de la adolescencia de pedirle a una amiga que me hablara para que pudiera fingir una emergencia si no me gustaba el monicosi con el que estaba. ¿Cuál era el problema? ¡No dejaba de hablar de él!

Yo soy muy educada y estoy altamente entrenada para aguantar estas situaciones extremas, pero esto era demasiado. Mi mente empezó a divagar: “Desde el cielo una hermosa mañana, desde el cielo una hermosa mañana, la Guadalupana, la Guadalupana…” De repente todo lo que salía de su boca era un bla, bla, bla, bla, bla, bla. Me había perdido. No recuerdo que me haya preguntado algo específico sobre mí. Menos 50 puntos.

Tal vez todo le hubiera pasado pero cometió dos errores imperdonables: uno, criticó a mis amigos y dos, lo más grave, ¡cuestionó que tuviera a Lolo!, me preguntó porqué en lugar de un perico no tenía un perro, lo cual era más normal. Eso fue el colmo. Menos 150 puntos.

Terminamos la cena y me vino a dejar a mi casa. No lo volví a ver pese a su insistencia. Me decía que la había pasado increíblemente porque además de guapa, divertida, inteligente, etc. etc. era una excelente conversadora. ¿Excelente conversadora? ¡Pero si no me dejaste hablar! ¡Reprobado!

Así pues lo que no se debe hacer en una primera cita nunca jamás es: “No acaparar la conversación”, “No ser un wanna be”; “No presumir”; “No hablar de religión, ni de política ni de deportes, a menos que sea fan de los Acereros de Pittsburgh”, y “No tratar de impresionar siendo pretensioso”.