La puerca que torció el rabo

En mi pasada colaboración, utilicé una de las frases preferidas del tío Gonzalo (esposo de la tía Getrudis): “donde la puerca torció el rabo”, entonces me llegaron algunos mensajes preguntándome el significado y origen de tan singular frase. “Mi’ja diles a tus amigos que es un dicho de mi pueblo que significa que la cosa ya se fue al traste, cuando ya no hay marcha atrás, porque ¿has tratado de desenredarle la cola a un puerco?” “No, no últimamente tío”, “Ah pues es que es imposible”.

Una de las situaciones más recurrentes donde la puerca tuerce el rabo es cuando en la toma de decisiones, el único factor que cuenta es el económico, porque entonces te esclavizas a vivir situaciones desagradables: el trabajo que odias, el jefe que no soportas, el novio/esposo que quieres ahorcar, o simplemente te vuelves una persona avara y ambiciosa.

Déjame te cuento que desde que tengo uso de razón yo quise ganar mi propio dinero. Recuerdo que la primera vez que decidí conseguir mis propios recursos económicos sin depender de mis padres fue a los 7 u 8 años, cuando descubrí que había un roedor que te compraba dientes.

Tú le dejabas una muela y él daba 10 pesos, así, sin contrato de compra-venta ni temas legales. Pensándolo bien, supongo que así era como lavaba dinero. Lamentablemente yo no estaba mudando ningún incisivo en ese momento pero eso no me detuvo, digamos que decidí acelerar el proceso. Esa noche enrede uno de los hilos de la cobija en uno de mis dientes y al día siguiente tal y como estaba programado el plan de negocios, el diente apareció en mi cama. Sin embargo, para mi desilusión no obtuve los 10 pesos si no un regaño muy grande de mi mamá quien me dijo que tenían que ser dientes caídos naturalmente. Ah que caray con esos requisitos de la transacción.

Mi siguiente intento de ser independiente económicamente fue a los 12 años, cuando decidí dedicarme a la industria del nixtamal y fui a pedir trabajo en una tortillería. Ya me veía clarito separando y acomodando las tortillas al tiempo que cobraba los kilos de ese alimento básico. Seguro hasta mi taco con sal obtendría como parte de las prestaciones laborales. No obstante, los de recursos humanos no me vieron aptitudes para el puesto y no me contrataron.

Eso no cejo mi deseo de obtener recursos y entonces me di a la tarea de buscar una inversionista para mi nueva empresa: ganar dinero para poder hacer frente a todos los paseos y retiros que las monjas del colegio donde estudiaba organizaban y que representa un gasto significativo. Mi mamá resulto ser una excelente socia, ella me hacía galletas y yo las vendía en la escuela.

Ahora que lo pienso, creo que para ella fue un mal negocio porque no ganó nada, pero yo me hice muy popular con las súper gorditas de harina. Deliciosas, calientitas y que tenían como ingrediente principal lo prohibido. Efectivamente, no podíamos vender cosas en la escuela, entonces entraban (y salían) de contrabando. Yo únicamente dibujaba una huella en los pizarrones como señal de que ese día había llevado ‘la mercancía’ y todo mundo llegaba a escondidas a mi salón a recoger su paquete de 3 ó 5 galletas. Estoy segura que las madres se daban cuenta de mi negocio (imposible no percibir el olor) pero se hacían ojo de hormiga y toleraban mi espíritu empresarial.

¿Qué aprendí con todo ello? Que ya sea vendiendo galletas o arrancándome los dientes, puedo arreglármelas para comprarle a Lolo sus semillas de girasol. Cuando me hartaba de un trabajo, ganara lo que ganara, daba las gracias y me decía: “ya llegara algo mejor y que me guste, si no es así siempre podré vender gorditas de harina” y sí, siempre llegó algo mejor. Por supuesto que el factor económico es relevante pero hace mucho que decidí aceptar (o no) trabajos porque me gustan, representan un reto, o voy aprender mucho o porque me da la gana. La ganancia no siempre tiene que traducirse en signos de pesos o dólares.

Estoy cierta que el dinero va y viene y me he dado cuenta que es como los hombres, entre menos te importe, más te busca. Sin embargo, yo no quiero que el dinero haga que la puerca tuerza el rabo.