La Reina vs La Princesa

“Déjate llevar” me dijo mi amigo al tiempo que intentaba bailar conmigo salsa. No era la primera vez que oía esa frase, es más, para ser sincera 7 de cada 10 veces que bailo escucho la misma expresión.

Entonces hice mi mantra favorito: “Aire malo para fuera, tequila bueno para dentro, aire malo para fuera, tequila bueno para dentro”,  me detuve y decidí agarrar el toro por los cuernos: “¿Qué de plano no bailo bien?” “Bailas bien, pero esquematizas mucho los pasos, y te resistes a que tu pareja te lleve”.

¡Claro! tenía que ser la resistencia, me dije a mí misma, esa querida amiga que me hizo rebelarme al rol de mujer tradicional. ¿Cuándo la conocí? fue hace varios años cuando  decidí irme a estudiar a España; cuando regresé a México no traía el siseo de Hugo Sánchez, pero traía algo peor: la semilla del mal (bueno, eso dijo mi tía Gertrudis) y es que me había enamorado de la independencia y autonomía de las españolas, de su forma directa de actuar, de que no esperaban que nadie les pagara nada y que no pedían, sino exigían que se dividiera la cuenta como una forma de marcar distancias. Libres como gaviotas y peligrosas como el mar.

Pero el fifty-fifty no era una costumbre arraigada en México, incluso hoy todavía no lo es del todo, entonces mi familia, mis amistades y hasta el novio que tenía en ese momento pensaron que yo me había vuelto una  “La libertina na na na”.

El problema es que entre más experimentaba la independencia, más me gustaba el tema y lo que empezó con el jaloneo de la cuenta, se extendió a otros sectores de mi vida. Me sentí la dueña de mi destino en la que el hombre era mi pareja no mi dueño. Desde entonces, yo voy a donde quiero y no a donde me llevan y no soy “la gran mujer detrás de todo gran hombre” soy la que va justo al lado.

Pero entonces sucedió, un querido amigo que pidió omitir su nombre por temor a las represarías me confesó: “El problemas de mujeres como tú, independientes y seguras, es que nos intimidan porque pensamos que nunca vamos a ser suficientes ni a llenar sus expectativas, y que como no nos necesitan realmente, somos  desechables”.

De jalón, su breve pero sustantiva explicación me hizo comprender porque las chicas que andan por la vida con aire y actitud de vulnerabilidad, tenían tanto pegue.

Qué paradoja, porque por un lado mi generación creció con todo el tema de la libertad femenina y la equidad de género, pero por otro, los hombres siguen buscando mujeres que se sientan necesitadas. Toda la vida intentando ser autosuficiente y resulta que los hombres todavía se quieren sentir los proveedores.

Sin embargo, aunque me gusta sentirme protegida, segura y consentida (muuuuy consentida), me resisto a ser la princesa que espera ser rescatada. Cuando algún galán me ha dicho  “princesa” como apodo cariñoso, está bien, me gusta, es tierno pero cuando me dicen: “Eres una Reina” o “Eres mi Reina” es cuando realmente me derriten.

Entonces lo que yo necesito no es un Príncipe Azul, él que se quede con la Princesa, sino un Rey que no se intimida de tener a una verdadera Reina -o sea yo- a su lado para que me conquiste y juntos conquistemos el mundo. Claro, eso no es obstáculo a que aprenda, de una vez por todas, a dejarme llevar cuando bailo.