La violencia entre nosotros

Rafael G. Vargas Pasaye

En días recientes los principales medios mexicanos tomaron como notas principales aquellas que tenían que ver con actos violentos: el asesinato del hijo del exgobernador de Coahuila, los huevos aventados en contra de una popular conductora de noticias, la toma de la tribuna de la bien llamada cámara baja, entre otras.

Es una realidad que la violencia entre nosotros está marcando el ritmo de nuestra cotidianidad y no debemos dejar que esto siga creciendo. En el caso del asesinato del joven José Eduardo Moreira Rodríguez, los gritos desde la tribuna señalan sin sustento que era en venganza del trabajo de su señor padre e incluso de su señor tío, hoy Gobernador, así, sin pruebas, todo desde la comodidad del ronco pecho.

En el caso de la conductora famosa por su selecta lista de sinónimos, se dividía en dos el debate, la legitimidad de recibir un grado como el que le otorgó la Universidad Popular Autónoma de Veracruz y por el otro el del ataque. Por si no fuera suficiente ese acto, los comentarios que se dieron en el debate inmediato (cf. página web de la revista Proceso) marcaron otro ritmo, el que nos incumbe, el del debate entre que si la violencia es poca o mucha cuando olvidamos que la violencia no conoce tamaños, sino que penetra en el cuerpo social como un cáncer.

Viene desde la casa, la escuela, la oficina, los amigos. Hemos evolucionado tanto en esa rama que nos damos el lujo de clasificarla, como por ejemplo en violencia verbal, o violencia psicológica, como si no bastara la física, y de llevarla a todos lados, tómese por caso el traslado en vehículo o en transporte público.

Los buenos modales de pronto parecen olvidarse cuando se toma el volante, viene el agandalle, el claxon a la menor provocación, la vuelta prohibida, el posicionarse del cruce peatonal o el estacionarse en el lugar reservado. Y en el transporte público a la par viaja el típico personaje que se hace el dormido para no ceder el lugar a quien lo necesita (mujer embarazada, anciano, hombre con muletas, por citar ejemplos diarios), el que empuja, el que pisa, el que grita, la que no quiere que se le acerquen, la señora que insulta en público todo lo que no puede decir en su casa.

En fin, la violencia nos llega por todos lados, violencia visual, violencia de ruido, en el (y contra el ) medio ambiente, hay violencia entre nosotros porque se acumulan los rencores, por la falta de empleo, por la carencia de espacios, por las distancias y tardanzas en los recorridos en la capital, por el exceso de ruido, por un rompimiento amoroso, por el consumo de alcohol, por mil razones y en última instancia porque la sociedad está dividida por cuestiones diversas que rebasan la política (véase el caso de los estadios de futbol cómo la violencia se dispara a la menor provocación).

No por nada los psicólogos comienzan a tener más trabajo, los divorcios empiezan a dar facilidades para su trámite, los libros de autoayuda son best sellers, las iglesias emergentes cautivan, llenan (y se llenan los bolsillos) cada domingo.

La inmediatez con la que se vive hoy en día, no ha dejado espacio para la reflexión. Es cierto, la violencia se combate con deporte, con cultura, con espacios para el esparcimiento, con educación, con afecto, con comprensión familiar, motivación en general. Pero a la par debe haber algo más, un detonante que retome el impulso, ese punto de inspiración individual o grupal que en ocasiones parece haber desaparecido.

Cada nuevo inicio es una oportunidad para mejorar. Y no es exclusivo de México, las imágenes que vemos en España, Grecia, Cetroamérica, Medio Oriente, nos hablan de que la sociedad mundial empieza a ver la violencia de manera natural, incluso como fenómeno del que si se aparta queda fuera de su círculo. Eso es lo preocupante, que ahora pareciera que debemos entrar al reflejo de la violencia para pertenecer a un grupo (como eran los pandilleros). Y eso no debemos, no podemos permitirlo.

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