López Obrador, sobreviviendo a la derrota

Han pasado más de 50 días desde la pasada elección presidencial. No es poca cosa. Durante este tiempo, hemos visto a Andrés Manuel López Obrador y a sus principales escuderos esgrimir toda clase de acusaciones para intentar invalidar el triunfo de Enrique Peña Nieto.

Echando mano de la propaganda y del escándalo, la estrategia seguida por la izquierda ha tenido más éxito en los medios que en el ámbito legal. Aún así, el desgaste ha sido claro, y la opinión pública se prepara para escuchar el veredicto final del Tribunal Electoral.

Durante semanas, la izquierda ha tratado de convencer a la ciudadanía de distintos argumentos, pero es la inconsistencia y falta de coherencia entre ellos, la razón por la cual ha perdido credibilidad y notoriedad pública en los últimos días.

En primer lugar, en un acto que pasará a la historia de la ignominia, recordamos a un hipócrita López Obrador firmando a escaso cuatro días de la elección, el Pacto de Civilidad del IFE, comprometiéndose a respetar los resultados del 1 de julio.

Habrá quien diga que él aún no ha violado el pacto, que la ley electoral le permite impugnar la elección, sin embargo, sus declaraciones evidencian lo contrario, su profundo desprecio hacia las instituciones democráticas de este país.

Él y sus seguidores no han escatimado en descalificar la actuación del IFE y en cuestionar la capacidad del TRIFE, anticipando que no respetarán la resolución final, y sugiriendo como alternativa el camino de la violencia y el “estallido social” si el fallo no le favorece.

Pero es patente que López Obrador se está quedando sólo, y cada vez son menos los seguidores dispuestos a acompañarlo, las últimas declaraciones son los estertores de la derrota electoral. Su estrategia para desconocer la elección pasada, estuvo marcada desde siempre por la contradicción.

Inicialmente acusó que el día de la elección había ocurrido un “fraude de proporciones inimaginables”, y exigieron un recuento al IFE. Hablaron de miles de irregularidades en las actas de escrutinio, de urnas embarazadas, acusaron que millones de boletas eras falsas, lo que habría ocurrido con la complicidad de funcionarios de casilla.

Para “demostrar” dichas acusaciones exhibieron un par de boletas de Tabasco y la imagen de una boleta cuidadosamente fotografiada “que les hizo llegar” un simpatizante; inclusive, difundieron en redes sociales, la versión de que el FBI había encontrado miles de boletas abandonadas en Estados Unidos; versión que, por supuesto, nunca se verificó.

Tras un ejercicio histórico para recontar la mitad de las casillas y reivindicando el trabajo de más de medio millón de funcionarios de casilla, representantes de los partidos y observadores electorales, el IFE confirmó una ventaja de 3 millones 300 mil votos entre el primero y segundo lugar. Y como aquel alumno que pidió revisión de examen y le salió el tiro por la culata, el recuento perjudicó marginalmente a López Obrador.

Tan pronto se hizo patente que su primera acusación no prosperaría, López Obrador cambió de versión y centró su estrategia en demostrar que el fraude no se había dado en el conteo de votos, había ocurrido con la complicidad de “5 millones de ciudadanos que vendieron su voto al PRI”.

Encontrar a López Obrador y a Ricardo Monreal encerrados en un mismo cuarto, discutiendo con una calculadora por cuántos millones de votos habrían de acusar al PRI, debió ser una escena en extremo surrealista. Me pregunto si alguno de ellos habrá sugerido una cifra mayor, total, dicen que pedir no cuesta nada.

Una de las vertientes de la estrategia de las izquierdas para descalificar el resultado electoral, fue la imprecisión de las casas encuestadoras, a quienes acusan de haber manipulado la mente de millones de mexicanos y de haberlos inducido a creer que la victoria de Enrique Peña Nieto era inevitable. Y aquí es donde se cruzan todos los alegatos de López Obrador en una maraña de contradicciones.

López Obrador asegura que las encuestas fueron compradas por el PRI, y como prueba de ello está el conteo oficial del IFE, cuyo resultado, paradójicamente, no es reconocido por las izquierdas. Es cierto que la preferencia electoral que midieron las encuestas difirió del resultado final, pero todas previeron el triunfo de Peña Nieto y, más que beneficiar a Peña, la amplia ventaja que reportaron, bien pudo haberlo perjudicado, al no precipitar a su favor, en mayor número, el voto útil de los panistas.

López Obrador acusa también que las encuestas fueron utilizadas con “fines propagandísticos” para beneficiar a un candidato, pero omite decir que la única encuesta que lo favorecía, era aquella que él mismo había presentado semanas antes de la elección, la cual promocionaba sin especificar su origen ni quiénes habían participado en su elaboración.

Transcurridos más de 50 días desde la elección, los alegatos de López Obrador han pasado de lo inverosímil a lo ridículo, de la puesta en escena de las tarjetas Soriana y la fabricación de audios, a presentar guajolotes y pollitos en televisión nacional. Sus seguidores, por supuesto, se contentan con cualquier acusación hecha por su candidato, alimentan sus esperanzas con cada palabra que sale de su boca, convencidos que su retórica moral tiene mayor peso que el 68 por ciento de la población que no votó por él.

La gran fortaleza de López Obrador, después de todo, es su retórica y su apelación a ciertos principios legitimadores basados en afirmaciones simplistas o falaces. Pero si le fue difícil luchar en contra de un resultado adverso en 2006, ésta vez la realidad se impone con mayor fuerza y, poco a poco, se queda solo en esta lucha contra la “imposición”, y más complicada es la tarea de convencer que ni es un “vil ambicioso” ni un mal perdedor.

Los recursos a su disposición se agotan y habrá quienes profeticen su declinación política, no obstante, jamás hay que darlo por muerto. Una vez más sabrá sobrevivir al vendaval, lo ha demostrado una y otra vez, tiene “experiencia”, y permanecerá al acecho listo para saltar en escena y pelear por el poder una vez más. Hará lo posible por mantenerse vigente, por entorpecer al próximo gobierno e impulsar las protestas contra las reformas.

De que tenga o no López Obrador una nueva oportunidad en 2018, no es tanto una tarea de la que se deban preocupar Marcelo Ebrard o Miguel Ángel Mancera, depende más del éxito o fracaso que tenga la presidencia de Enrique Peña Nieto.

Para quien lo entienda, sabrá que ésta es una carrera contra el tiempo, de ahí que no sorprenda que las primeras iniciativas propuestas por el equipo del presidente electo estén dirigidas a crear una Comisión Nacional Anticorrupción, fortalecer el IFAI como un organismo autónomo y reglamentar la contratación de publicidad oficial.

* Gabriel Rivera Conde es filósofo (investigación y análisis político). Un tanto liberal y otro tanto socialdemócrata. Exijamos un Estado Eficaz que garantice plenos derechos. Twitter: @riveraconde