Manny Pacquiao, campeón espurio

Fue muy simbólica la forma en que Manny Pacquiao se dirigió a su esquina una vez que sonó el campanazo final de la pelea contra Juan Manuel Márquez este 12 de noviembre: brazos caídos, cabizbajo y con una mueca de insatisfacción. El filipino lo sabía: estaba perdida esa batalla, tanto que se arrodilló y rezó en su esquina antes de escuchar el veredicto de los jueces, cuando eso suele hacerlo después, como en agradecimiento a su dios o dioses por el triunfo obtenido; pero el sábado pareció que lo hizo para implorar que ganara aun cuando no se lo merecía.

Y así fue: de una manera más que controversial, las tarjetas le dieron el triunfo al tagalo, para sorpresa de todos y más aun para la de él. Si observamos con detenimiento el rostro de Pacquiao a la hora de que levanta los brazos cuando lo declaran injustamente ganador de la contienda, notaremos que sonríe nada convencido, dudoso, como con remordimiento. Y cuando le ponen el cinturón de la OMB, que retuvo con este resultado, hace un par de ligeros soplidos que denotan una sensación de haber librado algo que a todas luces estaba perdido.

¿Por qué es importante resaltar estas gesticulaciones de Manny? Porque, además de que todos o la gran mayoría, tanto los que estuvieron en el MGM de Las Vegas como los que seguimos la refriega por televisión, sabemos que perdió, quien tuvo esa impresión más que todos fue él mismo; así lo delatan su rostro y movimientos. Márquez puede estar tranquilo; no necesita el puntaje a su favor. La cara y brazos de Pacquiao le dieron el triunfo.

En las redes sociales inmediatamente se desataron las expresiones de indignación. Se podría pensar que fueron manifestaciones nacionalistas y, por ende, muy subjetivas. Pero he aquí la importancia de los gestos del Pacman. Si alguien nos califica a los aficionados mexicanos de viscerales y patrioteros, fácilmente podríamos responder: “sólo ve la cara de Pacquiao; él también sabe que perdió”.

Y sin embargo, quizá el menos culpable de la resolución de los jueces, es el mismo filipino. Sería injusto achacarle el robo a él. Muchas veces se ha visto este tipo de injusticias en el futbol, cuando un árbitro marca algo erróneamente en detrimento del equipo que estaba jugando mejor. Se suele decir: “el otro equipo no tiene la culpa, ellos hicieron su juego y el que se equivocó fue el árbitro”. Lo mismo podemos decir del llamado “atraco en Las Vegas”.

Ilusamente, el que escribe llegó a pensar en la posibilidad de que Pacquiao, distinguido por su honorabilidad, dignidad, sencillez y humildad, podría rechazar el título y dárselo, contraviniendo las tarjetas, a Márquez quien realmente lo merece. Pero no hay que olvidar que no solamente habría hecho desatinar a los jueces, sino a un montón de intereses que oscilan alrededor del boxeo y significan millones y millones de dólares. Tal vez por ahí va el resultado que ha causado tantas rasgaduras de vestiduras en el mundo.

Si bien en los dos enfrentamientos pasados entre el mexicano y el filipino flotaba la impresión de que habían sido juzgados incorrectamente, sobre todo el segundo (en 2008), que fue por decisión dividida a favor de Pacquiao, en éste, el tercer enfrentamiento, no cabe duda que el ganador fue el “Dinamita”; ésta sí es una decisión unánime del aficionado.

Se habla de un encuentro más para disipar las dudas, pero luego de ver la tendencia en la apreciación de los jueces, lo mejor sería que Juan Manuel Márquez se niegue a acceder a ello. El gran campeón mexicano no tiene nada más que demostrar. A todos los que dudábamos de él (en esta última pelea) ya nos demostró que es superior al tagalo. Márquez puede estar tranquilo y orgulloso de ser el único boxeador, hasta el momento, de haber vencido al Pacman en su mejor momento.