Mi pequeño Ratatouille

Todos tenemos un hámster en la cabeza, ese pequeño ratoncito que hace que nos gire la piedra y los pensamientos todos los días. Pues bien, déjame te cuento que mi hámster es hiperactivo, obsesivo-compulsivo, con déficit de atención y con memoria de corto plazo, cortísimo diría yo. Prefiere despertarse con un café colombiano en la mañana, pero si no tiene su dosis de cafeína de cualquier manera se pone a trabajar quejándose de lo mal que lo trato.

También tiene gran sentido del humor y una capacidad impresionante de saltar de una rueda a otra, de un tema a otro en fracciones de segundo. Es de alto mantenimiento porque se distrae a la menor provocación y se aburre de todo con una facilidad que da miedo y eso aplica en la vida profesional y personal. El problema que cuando empieza a distraerse provoca que yo ponga esa mirada perdida que hace que mi interlocutor o interlocutora se den cuenta que “ya me perdieron” y entonces me preguntan: “¿en qué estás pensando?” a lo que invariablemente respondo: “en nada en particular” y es verdad, no piensa en algo específico porque mi hámster me envía mil imágenes por hora, quiere emoción y aventura.

Es impaciente, si le dedico mucho tiempo a algo o a alguien, empieza a preguntarme ¿ya? ¿ya? ¿ya? ¿ya vas a acabar? ¿ya podemos hacer otra cosa? Es por esto mismo que se me dificulta tanto estar en un cine o un concierto por dos horas o más seguidas, si se aburre comienza a mandarle señales a mis piernas para que estas comiencen a desesperarse. Ajá, ese es mi ratón loco.

Mi hámster se alimenta de pasión y retos, por lo que necesito darle nuevas ruedas que escalar o desafíos que enfrentar, si no empieza a bostezar y se vuelve muy peligroso inventando formas de obtener adrenalina. Sin embargo, por algún extraño motivo no le dado por aprender a cocinar. Es más se burla un poco de Ratatouille, el ratón chef de la película del mismo nombre.

Aunque he aprendido a quererlo e incluso a admirarlo porque su agilidad me permite salir de varias situaciones complicadas, es como la niña de la película “El Aro”, nunca duerme.

El otro día trataba de relajarme pues llevaba varios días durmiendo unas tres horas debido a la carga de trabajo. De verdad necesitaba un descanso, pero cada vez que lo intentaba y cerraba los ojos, comenzaba a trabajar y a mandarme mensajes de mil temas que teníamos que hacer, correos que debía enviar, llamadas a las que me tenía que reportar.

Afortunadamente estaba con alguien que se ha familiarizado con mi hámster y suplicando le dije: “haz que se calme, haz que se duerma, no me deja en paz”. Seguramente me vio tan desesperada que optó por el viejo truco del piojito y finalmente pude descansar.

Después me confesó que si eso no me hubiera hecho dormir recurriría al cloroformo y luego a los golpes en la cabeza, así que todos nos alegramos que mi hámster fuera sensible, como Lolo mi perico, al piojito.

Aca entre nos, a veces, me gustaría desconectar a mi hámster pero entonces lo veo tan contento y positivo, tan lleno de vida que le doy otra oportunidad. Lo amenazo entonces que si no se controla lo voy a meter a yoga o a meditar y eso sí que lo hace temblar. Además, cuando veo otros hámsteres a los que me dan ganas de ahorcarlos o por lo menos darles cuerda quiero más al mío, que aunque loco me es bastante funcional.