Estaba en la fila del cafe, distraída revisando mis correos en el teléfono cuando la vocecita de la mujer de enfrente me llama la atención. Tipluda y con acento de niña fresa falso y exagerado. Cuando levanto la cabeza, lo primero que yo tenía que notar era la bolsa Chanel Cocoon de edición límitada ($40,000) por la que yo moriría.
Despúes de mi cuasi infarto y no poco sentimiento de envidia, no puedo evitar observar el outfit completo. Pants de fleece rosa escandoloso de Juicy Couture, tenis Puma negros y lentes D&G (que a mi parecer es la marca más naca del planeta). Me detengo en su pelo, con raices obscuras asomándose entre rayitos rubios de color perfecto. La veo buscar en su cartera (Ferragamo) y sacar un billete de $500 para pagar como varios cafés. Cuando extiende el billete, alcanzo a ver algo marcado en su mano. Intenté acercarme más pero la cara del dependiente me hizo detenerme. Veo que atrás de ella vienen como dos guaruras acompañandola. No estoy segura si eran sus escoltas porque le hablan de tú y vienen con tenis y jeans blanquisimos de marca los dos, con lentes obscurísimos y corte militar. Entre los tres, toman las charolas con sus bebidas y salen a la calle para subirse en una Hummer negra con plateado. El muchacho de la caja se nota visiblemente nervioso cuando le pido mi chai latte. No puedo evitar preguntarle qué si está bien. “Te puso nervioso la señora esa verdad?” le dije con una risa mal intencionada, el cual es uno de los beneficios que me he ganado por venir tan seguido. “No nada más ella, le vi un tatuaje en la mano que me dió miedo” me contesta.”Traía tatuada en la mano la boca del dinero, es uno de los símbolos del narco” me dice estirando la mano para enseñarme en donde se lo vió. No sé de que me sorprendo. Si ya están por todos lados. Ya son parte de nuestra sociedad en cualquier nivel. Ya estan arraigados entre nosotros. Sus hijos estudian con los nuestros. Se sientan a un lado de ti en el café o van atrás de ti con su carrito en el super. Son nuestros vecinos. Se emparejan a nuestro coche en los semáforos con su música de banda a todo volúmen, enseñando sus tatuajes con su brazo colgado en la ventana, observando, retando, afirmando con su mirada que si quisieran, nos harían daño en ese preciso momento. Que si tu hija les gusta, no dudarán en secuestrarla y matarla despúes. Que quieren lo que tú tienes. Y no se han detenido jamás para conseguirlo. Desde el narco más tipo Robin Hood como El Señor de los Cielos hasta el más sanguinario como La Barbie. Nos hemos convertido en un narco país, con narco modas, narco juniors, narco novelas, narco pensamiento. Nos están inculcando su cultura, su modo, sus toques de queda, la sumisión y huída cuando los tenemos cerca. Con esto trato de hacer una reflexión de a qué huele la pobreza. Huele a orines. A humedad. A polvo en la cara. A callos en las manos y pies descalzos. A sudor seco. A unos frijoles y un par de tortillas como única comida al día. Por salir de ahí, cualquiera mataría. Por salvar a los suyos del peor destino, cualquiera se volvería narco. Por tener todo lo que siempre se ha deseado; coches, ropa de marca, dinero, mujeres y sobretodo, reconocimiento entre los tuyos. Aunque tengas que matar. Total la primera duele, la segunda sabes de qué se trata y la tercera ya la dominas. Aunque tengas que huir de la policia que no has logrado corromper, de tus enemigos y sobretodo de tí mismo. Este es el sistema que existe en México. Sin oportunidades. Sin esperanza. Sin recursos para poder salir adelante. Es más fácil aprender a disparar una pistola que intentar terminar la primaria con el estómago vacío. Pero aún cuando tengan todo lo material y todo el respeto de las personas cercanas a ellos, aunque eduquen a sus hijos en grandes escuelas, aunque se vistan de seda y duerman en cama de oro, aunque intenten mezclarse a todos los niveles, seguirán comportándose como animales ambiciosos matando y torturando a quien se les ponga enfrente para cumplir todos sus propósitos. Nunca conseguirán lo que la mayoría de nosotros tenemos y que ellos perdieron ya. Se llama humanidad… Alicia Alarcón |