Acostumbrados a atentados o a evacuaciones por amenazas de bombas o paquetes sospechosos, los habitantes de Washington y Nueva York vivieron con una mezcla de pánico y sorpresa el sismo de 5.9 grados que sacó a cientos de miles de personas a las calles, obligó al cierre de edificios públicos, colapsó las comunicaciones telefónicas y provocó demoras en las salidas de aviones y trenes.
El inédito sismo, que tuvo su epicentro en la pequeña localidad de Mineral, en el estado de Virginia, y de una magnitud que no se registraba en la región desde 1897, se sintió desde las Carolinas hasta Canadá, con reportes de temblores en Detroit, Boston y hasta Atlanta, en la sureña Georgia.
Según la agencia federal para los desastres naturales (FEMA, por su sigla en inglés), el terremoto no causó víctimas ni mayores daños a edificios o infraestructuras importantes. Sí, por ejemplo, se cayeron algunos pedazos del exterior de la Catedral Nacional, en Washington, pero por suerte nadie resultó lastimado. Dos centrales nucleares fueron cerradas por precaución y en algunos sitios se suspendieron las clases.
En cambio, quedó herida la rutina en la capital y en la Gran Manzana, donde un temblor semejante es realmente una novedad. Los reportes televisivos y las fotografías que inmediatamente poblaron los sitios de Internet de los diarios mostraron gente corriendo con miedo, casi todos intentando comunicarse por teléfono con familiares y amigos, pero más que nada grandes concentraciones de azorados oficinistas, turistas o empleados afuera de lugares de visita o trabajo, rascándose la cabeza para tratar de entender qué pasó.
La FEMA dijo que el terremoto fue de 5.9 grados, aunque algunos medios hablaron de 5,8 grados . La diferencia poco importó a aquellos que tuvieron que vivir el sismo. Desde la costa oeste, mucho más habituados a los terremotos, el diario Los Angeles Times reaccionó con tibia sorna: “¿Qué? ¿Un terremoto?”, tituló en su website, para comentar que “la costa este reaccionó shockeada” al terremoto”.
Fuente: El Clarín