¿Por qué más tengo alta la autoestima?

Mi nivel de autoestima en la escala del 1 al 10 es de 12, pero por supuesto para llegar ahí tuve que pasar un duro entrenamiento de 24 horas por 365 días durante muchos años, lleno de sudor, lágrimas y sacrificio. Oh sí, lo recuerdo muy bien, ser la menor de tres hermanas no te deja otro camino. Como ya te he contado, el hobby favorito de mis hermanas era hacerme llorar y lo hacían en lo que más me dolía: me decían que los Vaqueros de Dallas eran mejores que los Acereros de Pittsburgh o que Valerie era más bonita que Betty, ambas protagonistas de la serie televisiva “Tierra de Gigantes”.

Además yo era muy flaca, lo que les daba más motivos de burla. Entonces corría con mi mamá llorando y ella siempre me decía: “No llores, te dicen eso porque te tienen envidia. Ellas no tienen hoyitos en sus mejillas como tú, ni tienen las piernas tan bonitas como las tuyas”. Entonces yo les gritaba a mis hermanas: “Ya sé que tienen envidia de mis hoyitos” y ellas invariablemente me respondían: “Sí, claro, porque cuando naciste el doctor no sabía cómo sacarte y entonces te agarró de los cachetes”. Lo dicho, entrenamiento de alto rendimiento. Ante esta situación sólo tenía de dos, o creerme lo que mi mamá me decía o hacerme monja y complacer a la tía Gertrudis. Como te imaginarás, decidí creer que tengo unas piernas espectaculares y una sonrisa divina.

¿Por qué más tengo alta la autoestima? Todo se lo debo a mi manager: mi síndrome del ojo seco. Cuando me diagnosticaron este síndrome, hace ya varios años, me dijeron que esto provocaba una menor producción de lágrimas. Inmediatamente mi cerebro lo procesó como: “Vianey, tienes muy poquitas lágrimas, no puedes desperdiciarlas, no debes llorar por cualquier cosa” y dejé de llorar, así tal cual. Tenía que ser algo realmente fuerte para decidir derramar lágrimas, las cuales, dicho sea de paso, casi siempre están relacionadas con temas de autoestima.

Para cuando me enteré que no tenía que ver nada el problema de mis lagrimales con el llanto, ya era muy tarde, ya me había programado, tanto que cuando realmente quería llorar -sólo porque me decían que era bueno para el alma- tenía que hacer uso de todas mis fuerzas y esforzarme tanto como si estuviera estreñida.

Otro gran ladrillo para mi alta autoestima han sido mis parejas. Puedo decir con orgullo y placer que no ha habido un ex que no me haya rogado o no me haya buscado después de que terminamos para decirme lo genial que soy, lo mucho que me extrañan, y bueno, ya sabes, toda esa serie de bonitas letanías. Espera…. ahora lo recuerdo, sí hubo algún noviecito que no me buscó, sucedió hace muchos años pero pobre, seguramente fue ingresado a un manicomio y debe estar azotándose en las paredes, de otra manera no hay explicación, pues soy divertida, inteligente, guapa, consentidora, complaciente, generosa… ok, ok, también tengo mi carácter y puedo ser muuuy ohdiosa pero ¿a poco no es un bonito paquete?

Todas las mañanas me levanto y me digo: “Pero Vianey que bien amaneciste hoy” y aunque traiga unas ojeras y unas bolsas en los ojos que parecen de mandado me digo: “Picarona, ¿pues qué hiciste anoche?”. Por supuesto que tengo mis bajones, como todo mundo, pero recordando mi 1-2-3 me doy cuenta que todo es cuestión de tiempo para que todo vuelva a la normalidad.