Muchos recordamos el tráfico insoportable que nos tocó el fin de semana pasado a los que vivimos en la bellísima Ciudad de México, sobre todo el viernes, día en que más de uno de plano no pudo ni llegar a trabajar. Ya que pasó todo el show, que oímos los discursos y vimos – en la tele, en fotos, o en vivo – todo lo que pasó en el Festival Olímpico Bicentenario, no nos queda más que preguntar, al más puro estilo de Intocable: ¿Y todo para qué?
En Paseo de la Reforma, se colocaron canchas de futbol, basquetbol y hasta de voleibol de playa, además de la tan anunciada alberca olímpica en la que Michael Phelps nadó; bueno, se echó un clavado. Todo eso costó 80 millones de pesos. ¿Y cuáles fueron los resultados? No fue tanta gente como esperaban, la poca gente que sí se lanzó a Reforma a ver a los deportistas se quejó de que no se veía nada; ni siquiera el medallista olímpico Phelps lució, porque con la altura de la alberca la gente sólo pudo verlo cuando se paró en la orilla, antes de echarse el clavado.
Si el propósito era dar a conocer los logros de los deportistas mexicanos, e incentivar a la gente a hacer más deporte, había maneras menos costosas y más efectivas de hacerlo, ¿o no? ¿Por qué no lo hicieron en algún complejo deportivo del DF? Donde la gente pudiera de verdad ver a los deportistas, y sin cerrar una de las avenidas más importantes de la ciudad. Y todo ese dinero, pudo haber sido mejor gastado en los centros deportivos de las delegaciones o de los municipios de otros estados del país.
Porque este Festival Olímpico Bicentenario fue más show que otra cosa. Lo bueno es que ya acabó, y que la ciudad volvió a la normalidad. Esperemos que la gente empiece a hacer más ejercicio, y los gobiernos no cierren las calles tan seguido.