Yolanda Monge
En un país construido por extranjeros, hay muchos que consideran que los inmigrantes sin papeles viven mejor que muchos ciudadanos estadounidenses. “Son ellos [los inmigrantes] los que están protegidos, los que chupan del sistema, a los que se les permite todo y a quienes no se hace preguntas”, dice una mujer de 60 años. “Además, lo que a mi me da el estado no es nada comparado con lo que le da a esos ilegales”.
Ni la lluvia ni los tornados – literal- han logrado detener a la caravana del Tea Party que llegará el 1º de noviembre, un día antes de las elecciones, a Concord, New Hampshire. Todos los que la integran parecen no sucumbir ante las dificultades. “Poco importa dormir mal si logro que se nos devuelva el honor perdido y recuperamos nuestro país”, dice un anciano.
Esto es el Tea Party Express; se dicen parte de un movimiento ciudadano que no es ni racista ni violento; la gran mayoría de ellos quieren a Sarah Palin como su líder, y a la menor oportunidad agitan la Constitución de Estados Unidos, casi tanto como la Biblia.
Rand Paul, aspirante a senador, abrió una caja que se creía cerrada para siempre al cuestionar el acta de Derechos Civiles de 1964, que acabó con la segregación en Estados Unidos. Al día de hoy, Paul lleva cinco puntos de ventaja por encima de su contrincante Demócrata, lo que le da grandes posibilidades de llegar al Senado con su radical agenda.
“Vamos a recuperar América”, vocifera Paul, bajito y blanco, muy blanco. “El próximo martes, una ola de patriotismo va a barrer Washington. ¡Queremos nuestro país de vuelta!; ¡recuperemos América!”.