Quickysexypedia: en el nombre de los hombres Gato

Ronroneante, Umberto no pudo huir de las manos ágiles de Ana, la sexy veterinaria que lo manipuló como se lo merecía.

Definitivamente Umberto era un hombre gato. Su andar sigiloso, su figura angosta y de huesos flexibles lo llevaban con un paso ligero por la vida, como si flotara (el muy imbécil). Cínico y desinhibido entraba y salía de la vida de sus mujeres por la ventana. Inasible, inabarcable, inchantajeable, sin mostrar un asomo de culpa por lo que hacía: el rey de la selva doméstica.

Ana escribió en sus apuntes de campo: El hombre gato acaricia hasta con los ojos, le gusta que lo toquen y lo mimen sin descanso mientras él quiera. Si no quiere que lo toques no dudará en hacértelo saber. A Umberto en el playground le gustaban mucho los juegos sexuales. En la cama podía estar lamiendo, chupando, besando, tocando, acariciando sin ninguna prisa por penetrar. Un verdadero descanso comparado con otros hombres que se les pone uno enfrente y quieren estar jugando el viejo mete y saca, casi en la puerta del edificio y que no dan tiempo siquiera de prender bien la máquina o aceitarla (lo cual es halagador pero poco satisfactorio para las féminas). La falta de culpa y su descaro para mostrar que nadie lo podría atrapar era un gran aliciente para tratar de conquistar a este ejemplar.

Ese día, Umberto no estaba de humor para el sexo, quería salir con sus amigos. Ana lo dejó en paz. Mientras ella leía un libro le acarició la espalda sin dejar de leer, distraídamente, dejó de hacerlo y él se acercó un poco más. Ana con las gafas puestas, le pasaba la mano por el cuerpo solamente rozando su piel con las uñas, recorriendo piernas, trasero, espalda cuello y cabeza y de vuelta a empezar. Él se volteó suavemente y ella siguió el recorrido desde las piernas hasta la cabeza tocando el pene como si no le importara demasiado.

Umberto acercaba su cuerpo pidiendo más, sin hablar y con los ojos cerrados, como todo felino, arqueaba su cuerpo y se le erizaba la piel, ronroneando. Ana empezó a jugar con su pene desinteresadamente como si fuera de goma, lo apachurraba, movía de un lugar a otro, lo sacudía un poco y lo rozaba por encima, después lo jalaba un poco más duro, lo soltaba y lo tomaba de la base. Mientras leía oía la respiración del gatuno galán totalmente excitado. Como sin querer mojó su mano con saliva y empezó a subir el ritmo del jaloneo hasta que él le tomó la mano… Umberto temblaba de placer y le pidió que lo acariciara con sus senos.

Ana continuó la masturbación sin prisa frotándose con él toda ella, todo su cuerpo estaba erizado con el roce, entrecerraba los ojos y sentía cada vello. En 10 minutos, y sin cruzar palabra ni miradas, Umberto se levantó y tomó a Ana como a una gatita indefensa entre sus garras y la hizo ronronear a gusto, la hizo maullar y pedir más, sacar las uñas y enterrarlas en su espalda.

Ella también era una mujer-gato. Umberto huyó por la ventana para irse a parrandear con sus amigos y Ana se quedó en la cama relamiéndose los bigotes, repasando la sesión, solamente deseando tomarse una lechita tibia para dormir a gusto. ¡Qué buen día!

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