La sensación de estar en los brazos de un gran oso que la posicionara para el sexo resultaba muy excitante para Adriana, quien tuvo su merecido de un machacoso galán.
Para Adriana, los amantes grandotes y fogosos eran lo máximo. La sola idea de que un grandulón le sonriera en la calle le hacía imaginar los músculos en movimiento del galán a la hora del sexo. Esas posiciones kamasútricas en las que el flexible y fuerte hombre la carga mientras introduce su pene y la mueve de un lado a otro eran su fantasía. Para esto debemos confesar que Adriana no era precisamente una varita de nardo y si sus pechos eran grandes, su trasero lo era el doble. Sí, efectivamente tenía lo que se le conoce como un gran culo, un pesado culo que prestaba de vez en cuando a alguno que otro animal sedentario con poco tono muscular y mucha cerveza en el cuerpo.
Adriana decidió ponerse a dieta para sentirse más ligera por la vida y tener una mejor carnada para los hombres quienes, según ella, pensaba que las prefieran flacas. A los 7 kilos bajados se le apareció el galán apropiado para su fantasía: Miguel, un norteño que llegó a su oficina, guapo y sonriente cuya estatura le hacía pensar en buscar una escalera para robarle un beso.
Pues sí, hicieron clic y al poco tiempo de salir se enfrentaron en un mano a mano en la casa de Adriana, un jueves laboral. Después de unos vinitos que la pusieron todavía más ligera y los primeros escarceos en la alfombra, Adriana vio que tenía razón… él podría cargarla y realizar la posición 33 del Kamasutra en la que, estando de pie y de frente, él la sostenía en sus brazos, la levantaba y la sentaba sobre su pene. El galán la subió y la bajó sobre su miembro indestructible. ¡Wow!
Aunque la posición estaba de 10, las piernas del galán no soportaron mucho el embate y pasaron a la posición número 1 de todos los manuales de sexo: el viejísimo y siempre fiel misionero, con la variación de que el galán la abrazó por la espalda y la movió para arriba y para abajo como una frágil muñeca. Adriana divertida y extasiada estaba feliz del movimiento y se dejaba llevar entre los brazos del oso amoroso. Así duraron un gran rato combinando con perrito un rato y luego de lado, perrito y de lado y misionero con mantequilla. ¡Qué noche! Otro poco de vino y siguieron por más tiempo. Adriana decidió prender la lámpara para ver mejor el traqueteo y al encenderse la luz se llevó un gran susto. ¿De qué eran esas manchas en la alfombra? ¿sangre? de dónde venía esa sangre? y sí… al voltear a ver al galán para indagar sobre lo sucedido se dio cuenta de que él también lo había visto y no sólo eso sino que ¡la sangre era suya! El pobre y grandísimo oso se sobaba las heridas rodillas totalmente acabadas por la elegante alfombra beige.
Adriana y el oso se fueron al baño para hacerle una rápida curación al animal y consentirlo un poquito por sus heridas. Después de otro vinito para el susto y unos besitos en la rodilla se fueron a dormir.
Al abrir los ojos por la mañana, Adriana pensó en el herido y, sobre todo, en su clarísima alfombra e intentó un salto para ponerse de pie e ir a limpiar la escena del crimen. Adriana no se movió en lo más mínimo, era como si estuviera pegada a la cama. El dolor al intentar moverse la hizo quejarse escandalosamente lo cual despertó al interfecto norteño, quien se intentó incorporar lastimándose las rodillas. Como pudo ayudó a la doliente a voltearse de lado y soltó un espantado ¡Ay, no mames! Adriana tenía la espalda roja y sangrante por el roce con la alfombra, su dolor no la dejaba pararse y tuvo que voltearse boca abajo para incorporarse. El oso no podía voltearse boca abajo por sus rodillas y sólo se deslizó hasta la orilla para salir de la cama e intentar ayudar a la pobre mujer.
Lo siguiente fue el conteo de heridas, moretones, mordidas, lengua inflamada (ajem, ajem) torceduras y raspones. Entre quejidos tomaron un café y dos ibuprofenos y se fueron a trabajar en lo que sería el peor día de su existencia humana. Adriana y el “Piporras” no volvieron a dirigirse la palabra, ni la mirada, en el resto de la estancia del galán en la oficina. Ella nunca le perdonó la arrastrada y mucho menos el manchón indestructible en su linda alfombra.
Consejo local: Si coges en la sala, no combines alfombra con bebidas alcohólicas.
Verdad universal: ¡Love hurts!