¿Quién nos ayudará a morir?

La muerte y lo que la rodea se esconde bajo un manto de silencio. Lo cierto es que todos hemos de pasar por ese tránsito, normalmente varias veces en la vida. Primero acompañando a los amigos, familiares o seres queridos que parten. Finalmente viviéndolo en primera persona.

¿Qué nos puede ayudar a morir?

Todo aquello que nos ayude a tener menos miedo. Nuestros pensamientos o ideas sobre la muerte son muy importantes. No es lo mismo acercarse a esta realidad incuestionable con un alto nivel de agobio que contemplarla tranquilo.

Las ideas no son suficientes, es necesario sentir. Sentir la suficiente paz o confianza. Lo que sí es cierto es que resulta más sencillo acercarse a la muerte viéndola como un tránsito, un cambio, que como un final absoluto.

Si entendemos que antes de nacer existíamos de alguna manera (como feto, embrión, como células sexuales de nuestro padres, como código genético en nuestra familia…) algunos sentirán que seguiremos existiendo de alguna manera tras expirar (nuestra energía no se destruye, se transforma, nuestra información genética tal vez siga viva si tenemos hijos, nuestras acciones e ideas permanecerán en cierta manera…).

Contarlo, expresarlo, compartirlo

Somos seres verbales, necesitamos las palabras para entender el mundo. Es preciso elaborar una narrativa de la muerte. Cada cual la suya personal. Y ha de ser compartida. Durante siglos se compartió con la familia y la tribu. Hoy apenas hay familia y no quedan tribus. Estamos muy solos, y solos morimos mal.

No es cuestión de tener multitudes cerca, es cuestión de sabernos arropados, contenidos, guardados por otros.

Arreglar los asuntos pendientes

Un amigo me contó que en una experiencia al borde de la muerte, en esos diez segundos en los que ves tu vida, lo peor fue tomar conciencia de los asuntos pendientes y saber que no puedes hacer nada. “Eso es el infierno”, me dijo. Desde entonces tiene la costumbre de no acostarse sin haber hecho balance y detectar si le queda algo pendiente. Estos asuntos son de diversa índole, práctica, económica, organizacional… pero los más importantes son afectivos o emocionales y atañen a nuestras relaciones personales.

Poder hacer las paces y despedirnos en vida de aquellos que amamos es un privilegio que necesitamos ejercer, por nosotros y por ellos. Esto precisa que nos demos permiso y nos atrevamos a dar ciertos pasos, que en ocasiones pueden ser costosos. Una vez dados siempre merecerán la pena por toda la carga que nos quitan.

Ser asistidos por alguien en quien confiemos

Cuando de joven roté por obstetricia asistí en una guardia a mi primer parto. No hice casi nada. Asistir un parto (sin complicaciones) es meramente eso: asistir. Hay que poner las manos para que la criatura no se caiga y poco más. Dársela a la madre y cortar el cordón.

A la hora de morir pasa lo mismo. No hay que hacer nada extraordinario, tan solo asistir. De alguna manera ponemos las manos en un último contacto y nada más.

En las últimas décadas han surgido muchos equipos de cuidados paliativos que están ayudando a que la persona en estado de enfermedad avanzada y su familia ganen calidad de vida y se preparen para el desenlace. En muchos casos también hay médicos de familia y enfermeras comunitarias que se implican con sus pacientes hasta el final.

Yo siempre he defendido que la muerte suele ser mucho más llevadera en el domicilio del paciente, rodeado de aquellos que él elija. Pero esta decisión es muy personal.

Se puede aprender a bien morir

Los seres humanos podemos aprender a bien morir. De hecho lo hacemos desde que somos niños. Cada vez que sufrimos una derrota, una pérdida, una pequeña muerte. Cada vez que soltamos algo que queremos mucho pero la vida se lleva, cada vez que perdemos alguna persona valiosa para nosotros.

Para aprender a bien morir es necesario empezar a construir una narrativa apropiada desde jóvenes donde integremos que vida y muerte son conceptos hermanos que se necesitan mutuamente. Aprender a mirar con serenidad el árbol seco, el insecto o la mascota muertas o el familiar en el tanatorio son experiencias que irán construyendo en nosotros una narrativa que acepte lo que hay: la muerte es parte de la vida, la vida es parte de la muerte.

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