Protagonistas de cine y teatro en los años 40, las rumberas a través de sus bailes desparpajados y sus vestimentas vaporosas, se convirtieron en el estandarte de las mujeres de la época que vieron en ellas modelos de representación de la libertad de lo femenino, una antesala de la revolución sexual de este sector poblacional en los años 60.
María Antonieta Pons, Amalia Aguilar y Rosa Carmina, fueron las cuatro cubanas que hace poco más de 70 años llegaron a nuestro país para enriquecer la vida cultural, y sin necesidad de un escrito ideológico en el que hicieran una propuesta de cambio en términos de la sexualidad, sus movimientos de cadera —propagados a través de la pantalla grande— bastaron para convertirlas en precursoras de la liberación sexual en México.
Así lo señaló Gabriela Pulido Llano, historiadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), quien actualmente prepara el libro que llevará por título Las Rumberas. Cinco ensayos, en el que de acuerdo con sus estudios ha estimado que en nuestro país, en la década de los cuarenta, el número de rumberas llegó a ascender a 300, desde las famosas actrices de cine, televisión y teatro, entre ellas las mexicanas Meche Barba y Lilia Prado, hasta las bailarinas y coristas secundarias de salones de baile y cabarets.
“A partir de esta representación que hicieron las rumberas en el baile, en el que se empieza a ‘soltar más el cuerpo’ y se introducen nuevos ritmos que evocaban a ‘lo tropical’, se comenzó a hablar de una mujer moderna, avanzada para su época, a la vanguardia, de manera que este modo de expresión corporal se convirtió en una bandera para varios sectores de la población femenina”.
La investigadora de la Dirección de Estudios Históricos del INAH, especialista en las manifestaciones culturales cubanas arraigadas en México, recordó que las rumberas de la isla no llegaron con la pretensión de provocar una revolución, sin embargo los bailes que ejecutaban en las películas —que originalmente introdujeron en el teatro y centros nocturnos— permearon en el ámbito cultural mexicano y a la postre repercutieron en un cambio de mentalidad.
Mientras en la isla, en esa década, uno de los cánones femeninos era no tener el cuerpo controlado, en México el control de éste y de la vestimenta eran la regla moral, de manera que los bailes que las rumberas ejecutaban no sólo fueron una novedad en términos estéticos sino del atrevimiento, destacó la historiadora.
Pulido Llano explicó que el proceso de adopción de las formas de expresión de estas bailarinas por parte de la población femenina de México, comenzó por el impacto en los medios de comunicación.
“Se trató un proceso que comenzó en los años 20, que no se dio primero en el Distrito Federal sino en las regiones, cuando se insertó el danzón en Veracruz y en Mérida, y empezó a propagarse en el terreno de la danza y del baile regional. Cuando llegó a la Ciudad de México —a finales de los 30 y albores de los 40— se volvió un producto que comenzó a cuestionar los arquetipos morales de la época, y con el arribo de las rumberas y su impacto mediático se dio un escándalo a nivel social”, puntualizó la historiadora.
A siete décadas del surgimiento de las rumberas en el plano mexicano, concluyó Gabriela Pulido, siguen siendo un referente de la vida cultural de nuestro país, y prueba de ello es la recuperación, en años recientes, del guión de la obra Aventurera, en la que se rescata la rumba a nivel de propuesta escénica, luego de que este género se quedó al interior de los cabarets y en las películas, “pero en realidad nunca ha dejado de existir, porque aún hay remanentes de este baile”.