Aprendemos a hablar. Hablamos primero como lo hacen en nuestra casa, en nuestra familia, con el tiempo vamos incorporando palabras, frases, expresiones que son comunes a los medios en los que nos desarrollamos.
Con la experiencia vamos aprendiendo lo que está “bien” decir y lo que no, aprendemos incluso a contar mentiras para no decir algunas verdades incómodas, aprendemos a utilizar la ironía, el chiste, el doble sentido, la metáfora, etc. A veces, enriquecemos nuestro hablar y otras, vamos empobreciéndolo.
Gran poder tienen nuestras palabras y no siempre nos damos cuenta de ello, a veces lo olvidamos o no lo ponderamos en su justo valor, basta recordar un “te amo” o un “ya no te amo” de la persona amada para reconocer el impacto que pueden tener las palabras en el estado anímico de las personas (lo mismo sucede en quien desesperadamente busca empleo y recibe un “nosotros le llamamos”).
Nuestras palabras tienen un impacto positivo o negativo en quienes las reciben (sean de forma hablada o escrita), y si bien no somos responsables al 100% de cómo son tomadas por el otro, si lo somos de lo que decimos, el tono utilizado, a quien lo decimos, las palabras que utilizamos, del por qué y para qué lo decimos.
A veces, vamos por la vida cometiendo “sincericidios” con el argumento de que somos personas sinceras, honestas y auténticas y por ello debemos decir todo lo que pensamos sin importarnos nuestro interlocutor y mucho menos los efectos de nuestras palabras.
De igual modo vamos arrojando nuestra basura emocional y nuestros conflictos a los demás en una especie de verborrea en el que el medio no importa (lo mismo utilizamos los mensajes de texto del celular, el correo electrónico, las redes sociales, etc) para descargar lo que traemos dentro.
Sería importante detenerse un poco antes de abrir la boca o de escribir algo si no estamos muy seguros de lo que vamos a decir sea cierto, a veces las emociones nos juegan malas pasadas y en un momento de intensa alegría o de profundo enojo decimos cosas de las que luego nos arrepentimos; también habría que tener cuidado de lo que publicamos en nuestras redes sociales o transmitimos vía mensajes electrónicos porque detrás del ordenador o del celular podemos darnos “valor” para decir cosas que de frente nos pensaríamos dos veces.
Somos responsables de nuestras palabras tanto como de nuestros actos, si vamos por el mundo hablando “torpemente” para después sorprendernos de los efectos de lo que sale de nuestra boca y luego tratar de “reparar” lo dicho, gastaremos inútilmente energía, tiempo y recursos. No sólo es importante saber decir, sino también en el momento oportuno y por las razones adecuadas, saber callar.
Y por saber callar no me refiero al silencio manipulador, al que utilizamos para castigar o violentar a los demás o aquel de “mejor no digo nada para evitar problemas” o a tragarse en el silencio lo que nos duele o nos molesta, sino a aprender a decir de manera asertiva las cosas, a utilizar de manera inteligente el maravilloso don del habla y la escritura y a hacer útiles nuestras palabras, a no desgastarlas.
Cuida que tus palabras te fortalezcan y hagan crecer los lazos que tienes con el mundo y las personas que amas o te interesan; que tus palabras sean un trampolín para alcanzar tus metas, que sean una herramienta para el éxito y no un elemento que entorpezca tu paso por la vida, procura que tus palabras motiven, sanen, acompañen, generen alegría y hagan crecer a los demás.
Déborah Buiza G. es terapeuta y especialista en desarrollo humano.