Se salva de la pena de muerte por su ADN

El estadounidense Kirk Bloodsworth pasó casi nueve años en prisión -dos de ellos en el callejón de la muerte- antes de que se confirmara lo que él siempre había sabido pero no había podido demostrar: que él no era el responsable de violar y matar a una niña de 9 años cerca de Baltimore, en 1984.

Lo que finalmente ayudó a Bloodsworth y le permitió salir de la cárcel fue una práctica que en los últimos años se ha vuelto común, pero en su momento era una rareza: la comparación de muestras de material genético.

En 1993, Bloodsworth se convirtió en la primera persona en Estados Unidos en ser condenada al callejón de la muerte y luego liberada con base en su ADN, si bien para ese entonces su condena había sido sustituida por dos cadenas perpetuas consecutivas.

Su caso se volvió emblemático, ha sido el personaje de libros y entrevistas y hasta existe un programa en su honor, parte de una ley de 2004, para ayudar a sufragar los costos de las pruebas de ADN que se realizan tras una condena.

Bloodsworth habló con BBC Mundo sobre su esfuerzo por eliminar la pena de muerte, sus momentos más dolorosos en prisión y cómo no pasa un día sin que piense en todo lo que tuvo que soportar.

En 1993 Bloodsworth logró salir de la cárcel, pero no se sentía del todo libre. Todavía le intrigaba no saber quién había matado a la pequeña por la que él había sido encarcelado.

Por eso duró una década presionando para que las muestras de ADN de la evidencia fueran contrastadas con las de una base de datos de laboratorios criminales. Y entonces Bloodsworth se llevó otra sorpresa más.

Descubrió que había tenido contacto con el asesino: Kimberly Shay Ruffner, el culpable y quien ya había estado en la cárcel por otro crimen, había coincidido con él en la misma penitenciaría. Ruffner admitió en 2004 el asesinato y fue condenado a cadena perpetua.

Así, Bloodsworth pudo cerrar el capítulo del verdadero autor del crimen y siguió dedicado a hablar de su caso.

Dice, en su visita a las oficinas de BBC Mundo en Washington, que “no pasa un día sin pensar en ese horror” y agrega que su experiencia fue como la de un militar que combate en una guerra durante muchos años. Como muchos soldados, él también carga el peso del estrés postraumático.

Pero también explica que dar testimonio es una catarsis. “La purga de uno mismo ayuda a seguir peleando”, explica.

 

Fuente: BBC Mundo