Suena el teléfono y Virginia Rordíguez, una joven española de 27 años, responde mientras coloca sus manos en su panza de 7 meses de embarazo. Sus amigos, que se encuentran reunidos en su sala de estar, están atentos a sus palabras mientras toman cerveza, y de vez en cuando ahogan una carcajada.
El alter ego de Virginia habla con voz sensual y pícara. “Hola, ¿cómo te llamas? […] Yo me llamo Alicia […]. Soy morena, con el pelo largo, mido 1,70, peso 62 kilos, tengo una 115 y los pezones gorditos como guindas […]. Claro que sí […]. ¿Y qué te gusta hacer? ¿Me comerías […]? Empezarías por los pies y luego irías subiendo […]. ¿Ah sí? Y un dedito que no falte… ¿Me vas a poner a cuatro patitas? ¿Vas a hacer todo lo que yo diga?”
Cuatro minutos más tarde, después de gemidos y exabruptos, se detiene en seco: “Ya está”, dice a sus amigos. “Esta es una llamada típica, de cuéntame como eres y te cuento cómo soy”. Esta es una llamada extra, porque el turno de Virginia comienza en la madrugada, de 1 a 5, el horario que le permite trabajar mientras sus dos hijos duermen, y dormir mientras ellos están en la guardería.
Comenzó en el oficio porque, estando embarazada, no tenía muchas opciones. Y así, un día de junio, se fijó en un anuncio en el periódico que buscaba “chicas para líneas de amistad”; llamó, sabiendo muy bien a lo que se refería. “No te hacen ninguna prueba” relata, “Solo te preguntan si tienes teléfono fijo,te piden tu número de cuenta y empiezas”.
La empresa – en este caso, Audiotek – le paga 15 centavos por cada minuto hablado, sin contar fracciones. Al cliente le cobran 1.18 o 1.53 euros el minuto; el resto del dinero se distribuye entre la compañía de teléfonos y la prestadora de servicio.
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