Si buscas fidelidad, cómprate un perrito

Me encanta el anuncio de un ron que dice “Si buscas fidelidad, cómprate un estéreo” y yo añadiría o “un perrito” y es que francamente son los únicos que conozco que pueden ofrecer al 100% ser fieles. Reconozcámoslo, todos y todas hemos sido infieles por lo menos de pensamiento, palabra, obra, pero nunca de omisión, porque es humanamente imposible renunciar a la diversidad que ofrece el mundo. Además, si Dios hubiera querido que fuéramos fieles no nos hubiera puesto tantas tentaciones ¿no? (ya estoy oyendo a la tía Gertrudis calificándome de sacrílega).

Leí en el periódico Excélsior que, de acuerdo a una encuesta realizada por la empresa consultora GFK México, Marketing y Comunicación Corporativa, la infidelidad en los mexicanos va en aumento. El 49% reconoció ser infiel con un amigo o amiga; un 21 por ciento con un compañero de trabajo y un 17 por ciento lo hizo con una persona que conoció de manera casual en un antro, bar, o una fiesta, mientras que un 8 por ciento ha sido infiel con sexoservidoras. En cuestión de género, en el caso de México, los hombres aceptaron ser más susceptibles que las mujeres a mantener una relación infiel. ¿Qué? ¿Qué? Amigas, ¡No permitamos que nos ganen en eso los hombres, demostrémosles que podemos ser mejores infieles que ellos! Ok, no.

Es que la fidelidad no es nada fácil, quién tenga la fórmula mágica que me permita mantener eternamente la llama del amor, esa que te hace sentir mariposas en el estómago y evita que veas el platillo de al lado, que la saque ¡Se la compro ya!

Yo no creo en la fidelidad por decreto. La fidelidad es de quien la trabaja. En las bodas el famoso “y prometo serte fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad” suena como mantra en el que los desposados esperan que se cumpla sólo porque lo recitaron, pero literalmente se cuecen al primer hervor (o calentura).

La única manera en que alguien puede durar tanto tiempo es reinventándose constantemente, que no sean esposos ni estando casados y que la rutina no invada la relación y ¡vaya que es difícil lograr esto!

Si a eso le agregamos que hay personas que son infieles por naturaleza y a pesar de los esfuerzos de su pareja, salen a revolotear por ahí, pues entonces estamos fritos y por eso el mundo se va acabar.

Yo tengo que confesar que a mí eso de la fidelidad me ha costado desde siempre mucho trabajo. Ha sido una eterna batalla eso de querer ser honesta con la pareja en turno y no dejarme llevar por la tentación (no tía Gertrudis, no soy una pecadora). Cuando a la relación la invade la rutina, los pleitos se multiplican, no me entusiasmo o no recuerdo porque estoy con la persona a mi lado, es cuando digo adiós porque lo que sigue es que el gusanillo de la infidelidad me alcance, o lo alcance a él; porque que seas fiel tú no significa que tu pareja lo sea.

Para evitar ser infiel ¿no sería maravilloso que toda relación tuviera fecha de caducidad?, oh sí, que los matrimonios o noviazgos tuvieran que refrendarse cada 4 ó 5 años, ó 7 si quieren, pero que la frase “para siempre” (lo que en entrelíneas significa “ahora sí ya te jodiste”) no sea lo más parecido a una sentencia a muerte.