En lo que comienza a ser la predefinición de la candidatura presidencial en el PRD, Andrés Manuel López Obrador arremetió contra Marcelo Ebrard al señalar que “la mafia del poder” quiere al jefe de gobierno del Distrito Federal como aspirante a la Presidencia de la República.
Se trata de una descalificación indirecta a su contrincante al interior de su propio partido, reproduciendo la retórica “yo soy el bueno, el resto son malos”, lo cual sienta las bases para otro encontronazo entre las tribus perredistas a pesar de su esfuerzo inútil de mostrarse unidos.
Al continuar con la construcción de su diatriba destructiva, López Obrador señaló que una supuesta mafia política no lo quiere, pero que él seguirá su lucha. Lo anterior lo declaró al noticiero radiofónico de mayor audiencia en Tabasco y al mismo tiempo que se dice mal querido, el tabasqueño aseguró: “no me voy a encaprichar”.
Reiteró que es cristiano y que se inspira en Jesucristo, quien es “un ejemplo para todos los luchadores sociales”; sin embargo, dicha afirmación se contrapone al discurso de odio que el ex candidato presidencial ha construido a través de los años incluso contra los suyos.
Por ejemplo, cuando señaló de manera ofensiva que la ex perredista Ruth Zavaleta “se dejó agarrar la pierna”, en alusión al reconocimiento que hizo la entonces presidenta de la Cámara de Diputados a Felipe Calderón como presidente constitucional de México.
¿A qué le teme Andrés Manuel López Obrador? ¿Será que no está tan seguro de ser -otra vez- candidato a la Presidencia desde el partido del Sol Azteca?
