Soy una convencida que “zapatera a tus zapatos” y que la gente no puede ser experta en todo. En mi caso, hace muchoooo renuncié -voluntariamente y sin ningún dejo de culpa- a la cocina, simplemente no es para mí.
El otro día por ejemplo, se me ocurrió hacer palomitas en mi oficina, ¿resultado? se me quemaron. Mi hipótesis fue que venían defectuosas, la de mi gente es que no sólo soy malísima con la estufa sino también con el microondas.
Las historias más terroríficas relacionadas con mi rol doméstico han sido en la cocina. Recuerdo que uno de los días en que tuve una cena, unas queridas amigas se ofrecieron a hacerse cargo de calentar la comida que previamente había comprado.
Después de un rato, me remordió la conciencia y me levanté a ayudarlas, al final del día era mi casa, y bueno yo, se suponía, era la anfitriona. ¿Resultado? Tuve una quemadura de segundo grado y al día siguiente fui a parar a urgencias del hospital con una ampolla en mi dedo bastante fea, heridas de guerra que llaman.
¿Para qué seguir sufriendo si hay gente súper dotada para cocinar? ¿Quién soy yo para quitarles su trabajo o la actividad que tanto disfrutan?
No puedo -ni quiero, ni me interesa- ser todo en la vida y eso incluye actividades como ir a la carnicería. Es que para ir ese lugar se requiere traer una maestría en zoología, dime si no: “Me da un kilo de bisteces” “¿De qué los quiere? ¿De bola o de centro?”, “No, yo sólo quiero un kilo de bisteces?”, “Sí, pero tal vez los quiera de Aguayón, Diezmillo, Espaldilla o Contra” “El que se está poniendo en contra de mí es usted, yo sólo quiero bisteces para comer” “¿Los hará guisados o asados, a la tampiqueña o cómo los preparará?”.
Por supuesto yo para entonces, tengo dos líneas de sudor en mi frente y tengo un Déjà vu de mi examen profesional. “¿Sabe qué? ya me acordé que sólo quería unas costillas?” “¿Sin hueso o con hueso, aplanadas o sin aplanar?” “Comer, yo sólo quiero comer” y entonces salgo corriendo a pedir comida a domicilio. Oh sí, tengo una gran colección de menús para toda ocasión.
También recuerdo mi primera incursión en una tintorería en Estados Unidos. Ir a ese sitio es algo que hago comúnmente en México ¿qué dificultad podría implicar llegar a un lugar tan común y corriente y dejar la ropa como cualquier vecina?
La gordita que me atendió tenía cara de ser una Republicana consagrada enemiga de los inmigrantes y los que no lo fueran también. Yo no me inmuté, saqué mi ropa y entonces llegó la pregunta incómoda: “¿Estas camisas las quieres de tintorería o de lavandería con almidón?” “¿eh? ¿Pues cuál es la diferencia? Yo sólo las quiero bonitas y planchaditas” “Por lo general las camisas van en lavandería con almidón?” “¿en serio?” (Empezaba a tartamudear, no tenía la menor idea de lo que me estaba hablando).
“Pues entonces con almidón” “¿Light, medium o hard?” (Ay nanita, ahora sí de qué demonios habla, mejor que me pida una estrategia de comunicación o que saque a algún cliente de una crisis). La gordita (en serio estaba gordita) vio mi cara, y seguramente le dí lástima, se tomó el tiempo de explicarme las diferencias y hasta me aconsejó, yo decidí entonces que tampoco la tintorería era lo mío.
Yo tengo mis talentos a nivel personal y profesional, pero las labores propias del hogar definitivamente no están dentro de mis cualidades; aunque por otra parte ¿qué haríamos si fuéramos buenísimas en todos los aspectos? ¡que aburrido! yo por eso, y eso debe contar habilidad, contribuyo a la diversidad y a la diversión.